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Trastornos a medida de ideologías (II): el Síndrome Post Aborto

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Uno de los temas más polémicos en el debate político desde los años sesenta es la cuestión del aborto. Las posturas son antagónicas y bien conocidas. Por un lado, las organizaciones feministas y los sectores de izquierda reivindican el derecho de las mujeres a decidir si continúan o interrumpen el embarazo de manera voluntaria, y bajo la idea de que no se puede considerar al feto como una vida humana hasta las 14 semanas de gestación, abogan por permitir el aborto libre y a elección de la embarazada hasta ese momento. Por otro, los grupos antiabortistas ligados frecuentemente a la derecha política y a grupos religiosos conservadores, defienden que la interrupción del embarazo en cualquier momento de la gestación supone acabar con una vida humana y que debe ser completamente prohibido salvo en una serie de supuestos, como que el feto presente anomalías incompatibles con la vida o que se le detecte una enfermedad extremadamente incurable o grave, aunque también hay ultraconservadores que defienden la prohibición sin excepciones.

Imagen de una campaña antiaborto

El debate sobre el aborto no es un debate científico, sino ideológico. Sin embargo, y como expliqué en el artículo anterior hablando sobre el SAP, la creación de síndromes sin ningún tipo de fundamentación científica por grupos que buscan en una etiqueta diagnóstica la legitimación de sus posiciones ideológicas y sus intereses se está convirtiendo en algo habitual. Si son aficionados a la psicología o la psiquiatría, es muy probable que hayan escuchado a algunos profesionales hablar del Síndrome Post Aborto (por sus siglas, SPA) como si se tratara de un trastorno reconocido y estudiado que antecede a la interrupción del embarazo. Aunque los síntomas de este supuesto trastorno no están bien definidos y no existe ningún manual de diagnóstico oficial que lo reconozca, algunos autores exponen que el SPA es una variante del Síndrome de Estrés Postraumático cuyos componentes básicos serían:

  1. La exposición o participación en la experiencia de aborto, lo que se percibe como la destrucción traumática e intencional de un niño no nacido.
  2. Reexperimentación negativa e incontrolada del momento del aborto.
  3. Intentos fallidos de evitar no negar los recuerdos dolorosos del aborto, que provoca una reducción de la capacidad de respuesta.
  4. Experimentación de síntomas asociados no presentes antes del aborto, incluida la culpa por sobrevivir.

Los grupos antiaborto defienden que provoca problemas de salud mental, pero ¿hay pruebas?

 

¿EXISTEN EVIDENCIAS A FAVOR DEL SÍNDROME POST ABORTO?

La pregunta sobre la existencia de pruebas del Sindrome Post Aborto o de que abortar provoque de manera sistemática problemas de salud mental en la mujer (aunque no se le llame SPA) no es nueva. En el año 1987, las organizaciones antiabortistas de EEUU llevaban más de una década intentando sin éxito que los principales grupos médicos del país apoyaran que el aborto suponía un peligro para la salud de la mujer. Ese año convencieron al presidente Ronald Reagan para que analizara los efectos del aborto sobre la salud, quien encargó al Dr. Everett Koop que hiciera un análisis del fenómeno y le entregara un informe. Los resultados llegarían dos años después, en marzo de 1989. El Dr. Koop presentó su informe, en el que afirmaba que el aborto no producía secuelas físicas diferentes que las que se encontraban en las mujeres que completaban su embarazo. Sobre los efectos sobre la salud mental, la conclusión de Koop es que existía evidencia anecdótica en ambas direcciones – lo que viene a significar que en algunas mujeres el aborto provocaba problemas psicológicos y en otras su salud mental salía reforzada – y dejando claro que “los casos individuales no pueden utilizarse para llegar a conclusiones científicamente sólidas”.

Posteriormente, la Asociación Psicológica Americana (APA)  realizó su propio análisis sobre los supuestos efectos psicológicos del aborto. Sus principales conclusiones son que los estudios sobre las consecuencias psicológicas del aborto en las mujeres sufren en general graves deficiencias metodológicas, y que la variabilidad en las reacciones psicológicas después del aborto es muy alta, encontrando que

  • Entre las mujeres que tienen un embarazo no deseado, el riesgo de sufrir problemas de salud mental tras un aborto en los primeros tres meses de embarazo no es mayor que el de completarlo.
  • La asociación entre múltiples abortos y problemas de salud mental es pequeña y se debe probablemente a riesgos que predisponen a una mujer tanto a múltiples embarazos no deseados como a problemas de salud mental.
  • La intencionalidad y el deseo de tener un embarazo parece un factor principal cuando analizamos las reacciones psicológicas al aborto.

Si el aborto provocara problemas de salud mental por sí mismo, el SPA sería una pandemia. Afortunadamente no es así.

 

Según la APA, no sólo no podemos afirmar que exista una relación aborto – problemas psicológicos, sino que incluso en algunos casos la salud mental de la mujer tras un aborto puede mejorar, aunque en sentido estricto no podemos afirmar ninguna de las dos cosas taxativamente. Los factores que mejor nos permiten predecir las respuestas psicológicas negativas de una mujer tras el aborto son:

  • Percepción de estigma, la necesidad de mantener el secreto y anticipación de bajo apoyo social por la decisión.
  • Una historia previa de problemas de salud mental.
  • Factores de personalidad como baja autoestima y el uso de estrategias de afrontamiento basadas en la negación y la evitación.
  • Características particulares del embarazo, incluyendo el grado en que la mujer quería y se sentía comprometido con él.

 

¿SIGNIFICA ESTO QUE NO HAY MUJERES QUE SUFREN TRAS UN ABORTO?

Como en el artículo anterior parece que se malinterpretaron algunas cuestiones, voy a dejar bien claro este punto: hay mujeres que pueden vivir la experiencia de abortar de manera negativa e incluso traumática y tenemos cierta evidencia de que puede ser así. También hay evidencias de que para otras mujeres, el hecho de abortar resulta de alguna manera liberador, sobre todo en los casos en que el embarazo es no deseado. Lo que nos vienen a decir las conclusiones es que no se puede hablar de la existencia de un síndrome que ocurre tras el aborto como si el hecho de abortar supusiera per se un peligro para la salud mental de la mujer. Afirmar la existencia del Síndrome Post Aborto es faltar a la verdad.

Lo que podemos afirmar a día de hoy es que algunas mujeres pueden sufrir problemas de salud mental derivados del hecho de abortar, sobre todo cuando tienen problemas previos de salud mental, baja autoestima y deseos de tener al niño, todos ellos factores principalmente individuales. Pero también nos dicen que la pervivencia de una posición ideológica de rechazo y estigmatización del aborto en las familias y la sociedad es también un factor de riesgo de problemas psicológicos en las mujeres que abortan, de lo que se deduce que en la medida en que se reduzca el rechazo al aborto, también se pueden reducir los problemas psicológicos de algunas mujeres cuya salud mental no empeora por el hecho de abortar, sino por la presión social en contra de que lo haga. Es la propia estigmatización de los antiabortistas la que aumenta el riesgo de que muchas mujeres sufran problemas de salud mental tras un aborto.

 

La presión antiaborto es uno de los factores de riesgo de problemas de salud mental en las mujeres que deciden abortar

¿HA ACABADO TODO ESTO CON EL SPA?

Los estudios sobre el supuesto Síndrome Post Aborto son claros: no puede hablarse de su existencia, y así lo reconocen las organizaciones que editan los manuales  diagnósticos de referencia en salud mental, no apareciendo ni en la CIE-10 (editada por la OMS) ni en el DSM-V (editado por la Asociación Psiquiátrica Americana, que no se caracteriza precisamente por ser muy reacia a la introducción en su manual de nuevas categorías diagnósticas, incluso sin contar con evidencia suficiente para ello). Todo eso debería ser suficiente para que tanto en los círculos profesionales como en los medios de comunicación se dejara de hablar de este falso síndrome, pero no ha sido así.

Cuando la finalidad última de alguien es defender una postura ideológica, la verdad importa poco si no legitima sus posiciones. El hecho de encontrar a profesionales de la salud mental que siguen hablando de este síndrome ignorando las pruebas no puede explicarse sino por ignorancia o por un interés voluntario de seguir difundiendo el bulo, probablemente porque justifica sus posiciones ideológicas. El problema es que en la medida en que hay psicólogos o psiquiatras que faltan a la verdad,  algunos de los cuales se lucran de difundir información falsa dando conferencias o cursos sobre un síndrome inexistente, los medios de comunicación se hacen eco del concepto y hablan del SPA como si un trastorno legítimo se tratara. Esto unido a la desinformación difundida por organizaciones como NoMásSilencio o Proyecto Esperanza (la mayoría de las organizaciones que difunden información errónea sobre este síndrome están relacionadas directamente con grupos católicos ultraconservadores) confunden a la ciudadanía y extienden la idea de que el aborto puede suponer un peligro para la salud mental de la mujer.

 

 

Antes de terminar, le quiero coger prestado al amigo Javier Padilla el último párrafo sobre su artículo sobre el mismo tema, que se ha convertido en una referencia en internet: Si alguien va a poner el grito en el cielo que lo haga en los comentarios, pero agradeceríamos que añadiera artículos científicos más allá de “mi prima la Yenni se pilló una depresión tó gorda después de que el Yona la preñara y tuvieran que abortar”. Por respeto a la Yenni y a aquellos que pensamos que la salud reproductiva de las mujeres es un asunto lo suficientemente serio como para no sublimar en ella nuestras creencias religiosas/morales.

 

* Si te ha gustado este artículo puede ayudarme a difundirlo meneándolo en este enlace

 

BIBLIOGRAFÍA

American Psychological Association, Task Force on Mental Health and Abortion. (2008). Report of the Task Force on Mental Health and Abortion. [Disponible aquí]

Benito, E. (2008).Una ley de plazos cubriría el 90% de los abortos que se realizan. Publicado en EL PAÍS del 5/1/2008. [Disponible aquí]

Cohen, Susan A. (2006). Abortion and Mental Health: Myths and Realities. Guttmacher Policy Review. Summer 2006, Volume 9, Number 3. [Disponible aquí]

Padilla, J. (2012). El Síndrome Post Aborto: una mentira repetida mil veces… Blog: MédicoCrítico. [Disponible aquí]

Speckhard, A.C. y Rue, V.M. (2010). Postabortion Syndrome: An Emerging Public Health Concern. Journal of Social Issues. Voumen 48, Issue 3, pages 95–119 [Disponible aquí]


Contra la “mala ciencia” en la psicología clínica

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Algo no está funcionando bien en la psicología científica: la presión para publicar, la tendencia de las revistas a preferir estudios con resultados positivos, la escasez de estudios de réplica… Son muchas las razones que nos están llevando a una psicología cuya calidad científica puede ser puesta en entredicho, con el daño que supone para la disciplina. Es necesario que se tomen las medidas oportunas para que el esfuerzo de miles y miles de psicólogos por convertir la psicología en una ciencia no sea echado por tierra, lo que perjudica a todos los que luchamos cada día porque nuestro trabajo esté basado en la evidencia y favorece a los charlatanes que con título o sin él, realizan prácticas pseudopsicológicas que dañan la imagen de esta profesión. Es nuestro deber.

Pseudociencia en la psicología: la casa por el tejado [conferencia]

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El pasado 28 de enero estuve en el Café 7 de La Laguna (Tenerife) en uno de los habituales encuentros de Escépticos en el Pub, que organiza la ARP-SAPC y el Aula Cultural de Divulgación Científica de la ULL. En esta conferencia hablo un poco sobre la diferencia entre la ciencia y la pseudociencia y muestro algunos ejemplos de pseudociencia en la psicología: el eneagrama, la “terapia” de constelaciones familiares y el llamado “síndrome post aborto”. Estos tres ejemplos sirven para mostrar  lo fácil que resulta encontrar a profesionales de la psicología haciendo cosas que nada tienen que ver con la ciencia y con la investigación, vulnerando el código deontológico de la profesión y actuando de manera irresponsable con la salud mental de sus pacientes. Espero que les guste.

 

 

NOTA: Si te ha gustado esta entrada, puedes ayudarme a difundirla pinchando aquí. Gracias.

Psicología, pseudociencias y escépticos en el #EEEP de Madrid

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Este fin de semana he tenido el honor de inaugurar la temporada 2013/2014 de Escépticos en el Pub de Madrid con una conferencia sobre “Pseudociencia y psicología”. El Irish Corner, el pub en el que se desarrollan estos eventos, es un lugar muy acogedor por su decoración y su amplitud. Imaginen mi sorpresa al ver cómo se iba llenando hasta el punto de que algunas personas tuvieron que quedarse de pie. No voy a hablar de la charla, eso ya lo hizo de forma estupenda Rocío Martínez en este artículo. Solamente quiero intentar transmitirles un poco de lo que vivimos esa noche en Madrid, que espero que volvamos a repetir pronto.

Comienza la charla en el #EEEP Madrid

Un pequeño listado de terapias pseudocientíficas que utilizan algunos/as “profesionales” de la psicología

Yo me divertí muchísimo y por las reacciones en Twitter creo que los/as asistentes también se lo pasaron bien. En general, la gente viene a estos eventos con muchas ganas de aprender y de participar, y eso ayuda mucho a que todo vaya sobre ruedas. Incluso cuando hace falta que salgan voluntarios/as para representar una sesión de esa pseudociencia llamada constelaciones familiares, el público se anima a salir a escena sin reparos.

En plena terapia de “constelaciones familiares”

Una de las cosas más placenteras que tienen estas actividades es que te permiten “desvirtualizar” a algunas personas con las que llevas charlando desde hace tiempo por las redes sociales y descubrir que la mayoría son en persona aún más divertidas e interesantes. Gracias a ellos/as lo que iba a ser una simple charla acabó siendo una noche de debate y risas hasta que nos dispersamos. La lista es tan grande que cuando me he puesto a escribirla he tenido miedo de dejarme a alguien por el camino.

Encuentro de ladrones de cobre en Madrid con @doctormapache @teleoperador @multimaniaco @camaradabakunin

Con Antonia de Oñate, una de las culpables de mi paso por el EEEP de Madrid junto a Chema, Ismael y otros/as

LA SORPRESA: EL PREMIO MARIO BOHOSLAVSKY 2013

La mayor sorpresa de la noche para mí llegó casi al principio. Como algunos/as ya sabrán, este año la ARP-SAPC decidió otorgar su Premio Mario Bohoslavsky a un servidor. Hasta el momento, el premio era para mí un enorme reconocimiento al trabajo que hicimos un grupo de personas con la resolución de rechazo a la homeopatía y las terapias pseudocientíficas que aprobó la X Asamblea Federal de IU. Pero desde el pasado domingo, es también una preciosa placa que voy a lucir orgulloso en mi consulta.

Recibiendo el Premio Mario Bohoslavsky a manos de Ismael Pérez, Director Ejecutivo de la ARP-SAPC

 

El rojo de las cortinas es el reflejo de mi cara al recibir el premio

 

“… por impulsar el desarrollo de la ciencia, el pensamiento crítico, la divulgación…”
Como para no presumir de premio, ¿verdad?

Muchas gracias a todos/as los/as que estuvieron por el Irish Corner este fin de semana. Ustedes son la razón de este tipo de eventos, y los que nos dan la oportunidad de divulgar lo poquito que sabemos a los que disfrutamos como niños del pensamiento crítico y el mundo del escepticismo y la ciencia. Muchas gracias también a los/as organizadores del EEEP Madrid por invitarme, ha sido un auténtico placer. También gracias de nuevo a la ARP-SAPC por el premio, todavía estoy digiriendo la responsabilidad que conlleva un reconocimiento como este. Espero que tengamos la oportunidad de volver a encontrarnos muy pronto.

 

 

NOTA:  Las fotos son de Luiyo, Piamonte y César Viteri. A los tres, muchas gracias.

 

Psicoterapia y pseudociencias: Entrevista en Ágora Luz Radio

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Esta semana he participado en el programa de Gabriel Andrade para hablar de pseudociencia y psicología. Desgraciadamente el sonido no era muy bueno, por lo que hubo que quitar la parte donde explicaba la PNL. Notarán que, como además yo hablo poco (Modo Ironía ON), las intervenciones son un poco largas, pero es lo que tienen las entrevistas trasatlánticas. En esta ocasión hablamos sobre la terapia de constelaciones familiares, el eneagrama y las críticas al modelo biomédico de los trastornos mentales. Espero que les guste.

 

La complicada tarea de identificar a policías infiltrados en una manifestación

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El pasado sábado 23 de enero me ocurrió algo sorprendente. Fui a La Laguna a participar en la manifestación convocada a raíz de la visita del Ministro de Educación y Cultura, Jose Ignacio Wert, que había sido invitado por las autoridades eclesiásticas y políticas para inaugurar las obras de la Catedral, un buen ejemplo de que la supuesta aconfesionalidad del estado nos es más que una broma pesada. Al llegar al punto de encuentro, me puse a sacar algunas fotos de la multitud para publicarlas en Twitter, y entonces una señora que estaba a mi lado le dijo a la otra en voz alta: “¡Ese que está sacando fotos es de la policía secreta!”.

 

La foto del conflicto

La foto del conflicto

 

En los años que llevo acudiendo a manifestaciones jamás me había pasado nada parecido. Mis amigos, preocupados por la posibilidad de que a alguien se le ocurriera tomarse esa suposición en serio, se apresuraron a ofrecerme sus consejos: “Con esa cazadora y esas gafas de sol, es normal que piensen que eres un infiltrado. Mejor que dejes de sacar fotos”. Durante el recorrido de la protesta, pude comprobar que la misma escena se repetía al menos en dos ocasiones, llegando incluso a provocar que un señor eligiera marcharse visiblemente asustado ante los gritos de varios jóvenes que le señalaban furiosamente gritando: “¡Es un secreta, es un secreta!”. Ante estos graves acontecimientos, he decido escribir una serie de artículos para explicar por qué no debemos confiar en nuestros juicios intuitivos, sobre todo cuando estos pueden llevar a algunas personas a coartar el derecho de manifestación de otras (por ejemplo, impidiéndoles participar en una manifestación) o incluso a poner en peligro su seguridad. Este es el primero de ellos.

¿REALMENTE SOMOS CAPACES DE IDENTIFICAR A UN INFILTRADO EN UNA MANIFESTACIÓN?

Supongamos que en la manifestación del pasado sábado había un total de 5.000 personas y que nos han pasado el soplo de que podría haber hasta un centenar de policías infiltrados. Si elegimos a una persona al azar, ¿cuál es la probabilidad de que sea policía? Ante esta pregunta, la mayoría de las personas no tenemos ninguna dificultad para determinar que lo más seguro es que esa persona sea manifestante, y nuestra estimación estaría muy cerca de la realidad (en este caso, la probabilidad de que sea un secreta es de 1 entre 50). Sin embargo, a la hora de hacer estimaciones no somos tan racionales como creemos, ni siquiera cuando manejamos los datos reales. En estas ocasiones —y en otras tantas— obviamos la realidad y hacemos nuestras juicios a partir de los llamados heurísticos, unos atajos mentales que nos permiten tomar decisiones en contextos de incertidumbre de manera rápida y, en general, eficaz.

 

Haciendo juicios somos malos, pero diseñando pancartas somos unos cracks.

Haciendo juicios somos malos, pero diseñando pancartas somos unos cracks.

 

Estos heurísticos resultan muy útiles en la vida cotidiana y los usamos con más frecuencia de lo que pensamos. Por ejemplo, cuando vamos al cine y nos colocamos frente a la cartelera, no contamos habitualmente con toda la información necesaria sobre cada una de las películas, y sin embargo somos capaces de tomar una decisión en muy poco tiempo a partir de muy pocos datos. Enseguida descartamos una cuantas por el director, los actores o incluso por las sensaciones surgen al ver el cartel, y optamos por una u otra sin saber muy bien por qué. En realidad, estos datos no nos dicen nada acerca de la película en cuestión, como podemos comprobar cuando vemos una película que habíamos desechado en un principio y resulta que nos gusta más de lo que habíamos previsto.

EL TEMIBLE HEURÍSTICO DE REPRESENTATIVIDAD

En los años 70 del pasado siglo, los psicólogos Kahneman y Tversky propusieron una serie de heurísticos y demostraron mediante estudios experimentales que la mayoría de las personas los utilizamos con mayor frecuencia de lo que podríamos imaginar. Uno de ellos es el heurístico de representatividad, que nos lleva a juzgar que un elemento A es más probable que pertenezca a una categoría B por el grado de semejanza que hay entre ellos. De manera sencilla, podemos decir que cuando una persona nos parece prototípica de una grupo, tendemos a pensar que es más probable que pertenezca a ese grupo de lo que nos dice la probabilidad real. Vamos a utilizar un ejemplo clásico que estos autores utilizaron para demostrar la existencia de este atajo mental. Para ello te voy a pedir que, antes de continuar”, cojas un lápiz y un papel y lo realices por ti mismo/a. ¿Preparado/a?

 

Tom W. es un estudiante de la principal universidad de nuestro estado. Ordene los siguientes nueve campos de especialización según la probabilidad de que Tom W. sea ahora un estudiante de alguno de estos campos. Utilice 1 para el más probable y 9 para el menos probable:

 

Administración de empresas

Informática

Ingeniería

Humanidades y Educación

Derecho

Medicina

Biblioteconomía

Ciencias físicas y biológicas

Ciencias sociales y asistencia social

 

¿Lo tienes? Perfecto. Como habrás podido comprobar, adscribir a Tom W. a una de estas categorías es una tarea sencilla si tenemos alguna noción de la cantidad de alumnos/as que pueden estar matriculados en cada una de esos estudios. Sabemos que Humanidades y Educación cuenta con un mayor número de matriculados/as, con lo que concluiremos — de manera muy acertada— que lo más probable es que Tom W. curse alguna de las carreras de este grupo. Ahora bien, ¿qué pasa si antes de tomar la decisión tenemos la siguiente información?

 

Tom W. tiene una inteligencia superior, aunque carece de auténtica creatividad. Tiene necesidad de orden y claridad, y prefiere los sistemas ordenados y bien pensados en los que cada detalle tenga su lugar apropiado. Su redacción es más bien insulsa y mecánica, ocasionalmente animada por algunos tópicos y destellos de imaginación propios de la ciencia ficción. Tiene un fuerte impulso a la competencia. Parece tener poco interés y poca simpatía por los demás, y no disfruta del trato con los otros. Centrado en sí mismo, tiene sin embargo un profundo sentimiento moral.

 

Antes de continuar, te voy a pedir que ordenes de nuevo el listado de especializaciones por la similitud de la descripción de Tom W. con el estudiante tipo de cada una de ellas. Te sugiero que no continúes leyendo hasta que lo tengas.

 

Una pìsta: ninguno de estos es Tom W.

Una pìsta: ninguno de estos es Tom W.

 

Si has realizado el ejercicio siguiendo las indicaciones, lo más probable es que tus respuestas se parezcan mucho a las que obtuvieron Kahneman y Tversky cuando realizaron el experimento a principios de los años 70. La ordenación media que surgió fue la siguiente:

 

Informática

Ingeniería

Administración de empresas

Ciencias físicas y biológicas

Biblioteconomía

Derecho

Medicina

Humanidades y Educación

Ciencias Sociales y Asistencia Social

 

¿Qué nos dice este juego? Pues que a la hora de determinar si una persona pertenece a un grupo (en nuestro caso, que un participante en la manifestación sea un policía infiltrado) no hacemos un cálculo de probabilidades real, sino que nos dejamos llevar por la semejanza entre el aspecto y el comportamiento de aquella. El día de la manifestación yo llevaba una cazadora, unas gafas de sol y estaba sacando fotos. Con esa información, algunas personas determinaron que era más probable que yo fuera un infiltrado que un manifestante, aunque lo más razonable habría sido pensar que era uno más de los que acudimos a La Laguna para recibir al ministro. Lo mismo le ocurrió al señor que decidió marcharse y a otro chico que, al ser increpado por un grupo de manifestantes, empezó a gritar diciéndoles que estaban locos.

 

¿Realmente serías capaz de identificar a un infiltrado sólo por su aspecto?

¿Realmente serías capaz de identificar a un infiltrado sólo por su aspecto?

 

En conclusión: es importante que a la hora de hacer juicios, tengamos en cuenta que el heurístico de representatividad nos puede jugar malas pasadas. Si vemos a alguien en una manifestación que viste de forma “sospechosa” y se comporta de manera extraña, es casi seguro que no vamos a poder evitar pensar que se trata de un infiltrado. Sin embargo, ante la posibilidad de cometer una injusticia con esa persona, podemos pararnos un momento y desconfiar de nuestro juicio intuitivo. ¿Qué puede pasar si nos equivocamos? Pues lo peor es que nos tome una foto, aunque si nos fijamos bien, comprobaremos que habitualmente los propios policías de uniforme ya se ocupan de esa tarea, y eso sin tener en cuenta las miles de fotos que se cuelgan  en los blogs y redes sociales después de cada manifestación. También es posible que provoque un altercado, pero siempre he pensado que cualquiera que realiza un acto de este tipo en una concentración a la que acuden miles de personas está poniendo en peligro a los demás y debe ser denunciado públicamente, alejándose de él y señalándolo —como recomiendan los manuales de seguridad para las manifestaciones, aunque estos mismos animen equivocadamente a identificar a posibles infiltrados—, ya se trate de un manifestante o de un policía encubierto.

 

Espero que este pequeño artículo les sirva para desconfiar de la intuición en la próximas manifestaciones, que tal y como vienen las cosas serán muchas y muy multitudinarias. ¡Nos vemos en las calles!

 

NOTA: Si te ha gustado, puedes ayudar a difundirlo aquí.

 

REFERENCIAS

Kahneman, D. (2011). Pensar rápido, pensar despacio. Barcelona: Debate.

Squillace, M. (2011). La influencia de los heurísticos en la toma de decisiones. Disponible aquí.

Morris, C.G. & Maisto, A.A. (2005). Introducción a la psicología. Mexico: Pearson Educación.

Te cambio tu ilusión por una guitarra eléctrica

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Recuerdo perfectamente la primera vez que me dispuse a montar una banda de rock. En 1995, mi compañero Nazario y yo no sólo compartíamos el mismo espacio en el laboratorio de química del instituto: también nos unía la pasión por el grunge y el metal y dedicábamos gran parte del tiempo de los recreos a intercambiar casetes grabados con los últimos discos de Green Day, The Offspring y Sepultura. Ya habíamos barajado la posibilidad de crear una banda y teníamos a resto de componentes apalabrados, un chico de mi barrio que tocaba la batería y otro compañero del instituto que tocaba el bajo, pero nos faltaban las guitarras eléctricas.

Por aquella época yo aún no sabía tocar ni un sólo acorde, pero Nazario se defendía con los mayores y algunos menores. Nuestro objetivo era comprar uno de esos packs que incluyen una guitarra con su funda, un amplificador de 10W, un cable y una correa para tocar de pie. Para cualquier chico con posibilidades económicas, esa guitarra era sólo una apaño para ir a clases de música y practicar en casa, pero para nosotros era la puerta de entrada a otra dimensión, como en Dragones y Mazmorras. El pack completo costaba unas 30.000 pesetas, una cantidad excesiva para nuestros padres e impensable para la maltrecha economía de unos estudiantes de bachillerato. Casi habíamos tirado la toalla cuando esa mañana se nos ocurrió una idea genial y disparatada: íbamos a conseguir el dinero de la guitarra vendiendo rifas.

Vende tu alma al diablo por el rock 'n roll

Vende tu alma al diablo por el rock ‘n roll

Lo primero era pensar en algo que pudiera ser suficientemente atractivo para que la gente decidiera comprar las participaciones. Después de darle muchas vueltas, nos decantamos por una minicadena compacta con doble pletina y CD, un lujazo de equipo que costaba unas 20.000 pesetas por aquel entonces. Ni siquiera hacía falta comprarla por adelantado: si vendíamos todas las rifas, tendríamos el dinero suficiente para ir a la tienda y adquirirla para entregársela al ganador. Si finalmente la rifa premiada no estaba entre las vendidas, la recaudación íntegra iría destinada a comprar unas flamantes guitarras baratas, con sus cajas de fósforos (nombre por el que se conocía popularmente a esos amplificadores pequeños) y sus correas con llamaradas. El precio de cada boleto sería de 100 pesetas, y la tirada iba a ser de 1000 números. Sólo había que contar con los gastos de imprenta, pero entre los dos podíamos asumir ese coste.

UN CAMBIO NADA FAVORABLE

Antes de contarles cómo acabó la historia, me gustaría detenerme en un asunto relevante. A pesar de que por aquellos días sólo teníamos 15 años, ya intuíamos que la gente pagaría 100 pesetas para conseguir un premio que costaba unas 20.000 y para el que la probabilidad de alcanzarlo era de 1 entre 1000. Con una simple operación se podía calcular el precio justo a pagar para una rifa como esa. Sólo había que multiplicar la probabilidad (0,001) por el coste de la minicadena (20.000), de tal manera que

0,001 x 20.000 = 20 pesetas

Nuestro plan tenía un considerable riesgo: si los potenciales compradores de nuestras rifas hacían ese cálculo, no habrían estado dispuestos a pagar más 20 pesetas por una rifa, 5 veces menos del precio al que habíamos decidido venderlas, y el proyecto se saldaría con pérdidas y sin guitarras. Pero ya entonces algo nos decía que, cuando la gente compra una de estas rifas, no se detiene a calcular las probabilidades reales de obtener el premio. ¿Cuáles podían ser la razones de ese comportamiento tan contraproducente?

 

¿De verdad te creías que tener un puesto de trabajo era un derecho?

¿De verdad te creías que tener un puesto de trabajo era un derecho?

  • La compra de boletos es un comportamiento social frecuente y aceptable: que levante la mano quien no ha sucumbido alguna vez ante un niño que le asaltaba diciendo “señor, ¿me compra una rifa?”. No importa demasiado si los beneficios irán para el equipaje del club de fútbol, un viaje de fin de curso o una iniciativa solidaria; igualmente estamos dispuestos a pagar más de lo que sería razonable por ella aunque sepamos que la probabilidad de que nos toque es muy baja. En muchos casos, no nos planteamos ni siquiera cuál es el premio.

Ambas explicaciones podrían servirnos para entender el comportamiento de quien compra una rifa como la nuestra. Pero hay una tercera posible causa que nos permite explicar por qué hay tanta gente que compra lotería, juega al bingo o echa la “primitiva” (¿se han parado a pensar alguna vez en ese extraño nombre?) cada semana.

 

Todas las navidades, la misma escena en la puerta de Casa Manolita (Madrid)

Todas las navidades, la misma escena en la puerta de Doña Manolita (Madrid)

 

COMPRAR UNA PROBABILIDAD vs COMPRAR UNA POSIBILIDAD

Cuando compramos una rifa o un décimo de lotería, no estamos pagando por las probabilidades reales de obtener el premio, que lógicamente siempre están por debajo del coste de cada participación. Lo que realmente estamos comprando es la posibilidad de obtener ese premio, y estamos dispuestos a pagar más de lo razonable por ella (por más que cuantitativamente la probabilidad que estamos comprando sea muy baja). Este fenómeno fue denominado efecto de posibilidad por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky.

Gracias a la teoría de las perspectivas elaborada por estos psicólogos, sabemos por qué la mayoría de las personas compran una rifa, pero no 3 o 4. Si fuéramos completamente racionales, nos daría igual comprar una papeleta cuando no tenemos ninguna o comprarla teniendo ya tres boletos. Sin embargo, la estimación de las ganancias cuando pasamos de 0 a 0,001% es mayor que cuando pasamos de un 0,003% a un 0,004%. En otras palabras: estimamos que una rifa aporta más probabilidades cuando no tenemos ninguna que cuando ya tenemos tres. Es de locos, ¿verdad?

Pero es que, además, la simple posibilidad nos lleva a centrarnos en ella y no en el resto de posibilidades de no obtener el premio. En el año 1995, el CD estaba de moda y todo el mundo quería tener en casa un reproductor para disfrutar de sus canciones favoritas en calidad digital (me pregunto si en una prueba a ciegas, la mayoría de nosotros sabría diferenciar el sonido de un CD de una cinta bien grabada, pero ese es otro tema). La simple imagen de la minicadena en un lugar privilegiado de la casa con el disco compacto de nuestro grupo favorito ofreciéndonos innumerables horas de disfrute musical resultaba lo suficientemente agradable para muchas personas, que estaban dispuestas a pagar cinco veces más de lo razonable por una papeleta.

 

La doble pletina era la auténtica puerta a la libertad

La doble pletina era la auténtica puerta a la libertad

 

UNA GUITARRA A CAMBIO DE VENDER ILUSIÓN

Una ilusión es una esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo, según la RAE. Lo que nosotros hicimos fue aprovechar esa tendencia automática del ser humano a pagar por la esperanza más de lo que realmente vale para comprar unas guitarras. Al fin y al cabo, nuestra oferta era similar a la de los tarotistas, los vendedores de humo y los charlatanes de toda calaña cuando ofrecen supuestos remedios y técnicas para aumentar el bienestar, sabiendo que la mayoría de las personas está dispuesta a invertir su dinero a quien le ofrezca una respuesta, por más que sea completamente falsa. Quizá sea esta una de las razones por las que los libros de autoayuda tienen tanto predicamento.

¿Qué ocurrió al final? Pues después de varias semanas de intenso trabajo, conseguimos vender la mitad de las rifas. No les voy a contar lo que ocurrió cuando mis padres se enteraron de lo que habíamos hecho, y del miedo que pasamos cuando supimos que no se podían hacer algo así sin una organización detrás que respondiera por el sorteo y que garantizara que se hacía sin fines de lucro. Nosotros no queríamos estafar a la gente: sólo queríamos unas guitarras para montar una banda de rock, pero nuestro pecado era no tener unos padres ricos y dispuestos a darnos ese capricho.

El día del sorteo estábamos temblando. En cuanto salió el número de la ONCE, corrimos a comprobar los boletos que nos habían sobrado y descubrimos con alivio que la papeleta premiada estaba en nuestro poder. Fue una liberación para nuestros padres y una alegría enorme para nosotros (acabábamos de dejar de perder 20.000 pesetas, ya se pueden imaginar). Pocos días después, salimos de la tienda de música con uno de aquellos equipos. Los beneficios de las rifas no habían sido suficientes para adquirir dos guitarras, pero no importaba: acabábamos de comprar un billete de ida a un sueño de conciertos, giras y vida disoluta. Como para no estar euróficos.

 

I WANNA ROCK!

I WANNA ROCK!

 

Lo irónico de todo esto es que nosotros también sobreestimamos la probabilidad de que aquella banda funcionara. Sólo pudimos hacer unos pocos ensayos y nunca más volvimos a juntarnos. La realidad nos había enseñado que las cosas no son como uno piensa y como uno quiere. Han pasado ya 19 años de aquello, y a pesar de saber que hay que cuidarse mucho con eso del optimismo, me sigo juntando con unos amigos para tocar con cierta frecuencia, y por lo que veo, la gente sigue comprando lotería y rifas a mansalva. Ni siquiera el conocer los sesgos cognitivos me ha servido para caer una y otra vez en ellos.

Parece que no hay manera de librarse de la esperanza. Y menos mal.

 

 

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Actualización del 9 de febrero de 2014 23:03: El @doctormapache me ha enviado un artículo que responde a la pregunta de por qué la Lotería Primitiva se llama así. Muchas gracias por la aportación.

REFERENCIAS

C.E.S. Canarias (2002). El sistema educativo en Canarias. Una perspectiva socioeconómica. Las Palmas: Secretaría General del C.E.S. Canarias. Disponible aquí.

Gabucio, F. (2005). Psicología del pensamiento. Ed. UOC.

Kahneman, D. (2011). Pensar rápido, pensar despacio. Barcelona: Debate.

EFT®, la pseudoterapia de la monja Forcades

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No hay nada como tener varios artículos en marcha y que aparezca algo tan escandaloso que no pueda pasar sin comentarlo. Ayer por la tarde, Carlos Nz me contaba que en la edición del Telediario de las 15 horas aparecía una información un poco extraña. La noticia hablaba de que algunas compañías aéreas ofrecen cursos para superar el miedo a volar en avión. En este reportaje, aparecía un presunto psicólogo explicando que utiliza una “terapia” (ver a partir del minuto 32:04) que consiste en dar unos golpecitos en ciertas zonas del cuerpo del paciente. Supuestamente, estos golpecitos liberan las “energías” y permiten que los síntomas desaparezcan (en este caso, el miedo a viajar en avión). Todo esto suena un poco raro. ¿Quieren saber de qué se trata?

 

 

LA EFT® O TERAPIA DE LIBERACIÓN EMOCIONAL

 

Lo que este psicólogo estaba enseñando es una terapia pseudocientífica denominada EFT®, por sus siglas en inglés. Esta terapia, que parte de los mismos supuestos que otras pseudoterapias como la acupuntura y la digitopuntura, consiste en ir golpeando o masajeando ciertos puntos del paciente mientras se centra en un recuerdo traumático concreto.

 

Al igual que la acupuntura, la EFT® supone que existen unos meridianos a lo largo del cuerpo por los que fluye una especie de flujo etéreo al que llaman energía. Cuando esa energía está equilibrada, eso provoca un estado de bienestar, pero cuando existe un exceso, un bloqueo o una deficiencia de energía, aparecen síntomas somáticos y emocionales. Al golpear o masajear ciertos puntos que se encuentran a lo largo de esos meridianos, la energía se vuelve a equilibrar, desapareciendo los síntomas.

 

Según sus defensores, la EFT® pertenece a las llamadas Terapias Psicoenergéticas, que no es más que una rama pseudocientífica de la psicología sin ninguna evidencia. Aunque ellos insisten en su eficacia (hasta un 80% de pruebas clínicas, dicen), no hay evidencia de que existan esos meridianos ni de que sirva para tratar ningún problema de salud física o mental. Por si fuera poco, se la considera una técnica de autoayuda, aunque hasta donde yo sé, lo habitual es que te golpee otra persona. Es importante señalar que el procedimiento consiste en que la persona hable de su trauma mientras recibe la intervención, como veremos más adelante.

La EFT@ consiste en golpear ciertos puntos, al igual que en la acupuntura se clavan agujas

La EFT@ consiste en golpear ciertos puntos, al igual que en la acupuntura se clavan agujas

 

¿USOS EN TERAPIA PSICOLÓGICA?

 

En alguna página web he encontrado a “profesionales” de la EFT® que afirman que es utilizada en terapia psicológica. Incluso llegan a afirmar que

 

Muchos profesionales incorporan fácilmente EFT en sus respectivas modalidades de sanación: Enfermeras, médicos alópatas y alternativos, psicólogos, masajistas psiquiatras, dentistas, terapeutas, quiroprácticos, nutricionistas, consejeros de salud, trabajadores sociales, educadores y maestros, hipnoterapistas, reflexólogos, maestros de Reiki, sanadores espirituales y energéticos, ministros y sacerdotes.

 

Atención a la lista. Este señor junta a psicólogos, dentistas y psiquiatras (entre otros) con reflexólogos, maestros de Reiki y sacerdotes. Por la parte que me toca como psicólogo, algo estaremos haciendo mal para que se nos asocie con toda esa charlatanería.

No es ciencia. Es magia.

No es ciencia. Es magia.

 

La EFT® no se utiliza en terapia psicológica. El Código Deontológico del Psicólogo exige al menos en 6 artículos (Artículos 6, 14, 18, 21, 22 y 33) que la práctica de los profesionales de la psicología debe guiarse por la evidencia científica disponible. Utilizar la EFT® en la práctica clínica supone una violación fragante de varios de estos artículos y el profesional debería ser sancionado. No hay vuelta de hoja. No vale con decir que “hay que utilizar cualquier cosa que le pueda servir a la persona”, llevando la práctica profesional a un eclecticismo mal entendido. Si no seguimos una praxis basada en la evidencia, entonces todo vale: desde la homeopatía a la brujería (valga la redundancia). Podríamos decirle a alguien que se compre una amatista o que utilice ropa de color rojo cuando se sienta deprimido. Lo peor es que estas cosas pasan, y más habitualmente de lo que se piensa.

 

Muchos profesionales de la psicología practican pseudociencias, esto es un hecho. Es fácil encontrar a psicólogos/as que utilizan Flores de Bach, Constelaciones familiares (que explico en esta charla), Grafología, PNL y otras pseudoterapias (esta clínica que hace PNL presume, además, de haber aparecido en algunos de los medios de comunicación más grandes de este país). Y eso por no hablar de los que ofrecen técnicas que sí han demostrado ser eficaces para ciertos problemas, como ocurre con el llamado mindfulness y la EMDR® (de la que hablaré más detenidamente próximamente), pero ofertándolas como avaladas para todo tipo de problemas físicos y psicológicos. Creo que es obligación de los profesionales de la psicología denunciar estas prácticas que desvirtúan nuestro trabajo para defender a rigurosidad con la que cuentan las intervenciones psicológicas recogidas en las guías de tratamientos eficaces. Si no lo hacemos, no nos quejemos luego cuando ciertas personas dicen que la psicología es una pseudociencia.

 

PERO… ¿PODRÍA FUNCIONAL LA EFT®?

 

Desde que conocemos fenómenos como el efecto placebo y la regresión a la media y entendemos mejor la ilusión de causalidad, sabemos que el “a mí me funciona” no es un criterio válido para decidir realmente si una intervención dirigida a tratar un problema de salud es eficaz. Porque es posible que una personas se sienta mejor al acudir a una terapia o tomar un supuesto medicamento y que no se deba a la terapia, sino a que el problema ha desaparecido por sí sólo como lo habría hecho igualmente y/o a que la persona ha hecho otras cosas que son lo que realmente le ha mejorado. E incluso puede ser que se deba a la sugestión, sobre todo cuando hablamos de problemas emocionales. Por cierto, no estoy en contra de utilizar la sugestión, pero siempre informando al paciente que va a ser sugestión y no otra cosa, y que esta no ha demostrado por sí misma ser eficaz para ningún problema psicológico. Por esta razón, la hipnoterapia es una pseudociencia, pero no así el uso de la hipnosis clínica acompañando algunas terapias psicológicas o para la reducción del dolor (más información sobre hipnosis clínica aquí)

 

¿Neurolingüística? ¿Alergias? ¿¿CÁNCER?? NO. Simplemente ESTAFA.

¿Neurolingüística? ¿Alergias? ¿¿CÁNCER?? NO. Simplemente ESTAFA.

 

Pero a lo que íbamos. Resulta que la EFT® sí que podría funcionar porque exige al paciente exponerse al relato de sus propios recuerdos traumáticos o aquellas situaciones que le están haciendo sufrir. Como ya sabemos, la exposición a las situaciones temidas, que incluyen el propio relato del acontecimiento, es una técnica de elección para tratar los pensamientos intrusivos, los flashbacks, los miedos asociados al trauma, pánico y evitaciones y la ansiedad general. Ese elemento de exposición es el que se da también en la EFT® y podría explicar que muchos casos pudieran mejorar sus síntomas.

 

Con esta última consideración, cualquier podría pensar: “Pues bien, si funciona se puede utilizar, aunque no sea por los golpecitos sino por la exposición”. Este argumento parece razonable, pero no lo es por varios motivos. En primer lugar, porque esta terapia puede ser utilizada por cualquiera sin formación en psicología, mientras que un psicólogo no puede (o no debería si sigue el Código Dentológico), lo que expone al paciente a una persona sin la capacitación profesional adecuada para tratar problemas de salud. En segundo lugar, porque nada garantiza que en la aplicación de la EFT® ser realice una exposición correcta, algo fundamental para que sea verdaderamente eficaz. Es posible que en unos casos sea así y en otros no. En tercer lugar, porque no tiene sentido seguir dando golpecitos a la persona, ya que estos no aportan nada a la intervención. Y en cuarto lugar, porque estoy en contra de la utilización de terapias, por más que tengan evidencias, que sean marca registrada. Hablaré de esto en el artículo sobre la EMDR®.

 

PSEUDOCIENCIA EN LOS MEDIOS

No se puede hacer nada con el hecho de que ciertas figuras públicas utilicen la EFT®, como ocurre con la famosa monja Teresa Forcades, que oferta talleres al precio de 155 € por persona. No es de recibo que los medios den cobertura a “informaciones” como estaesta y esta, y que continuamente encontremos todo tipo de charlatanerías en las grandes cadenas de televisión y radio (hay programas como “Las mañanas de la 1” de TVE que son reincidentes). Debemos exigir a estos medios que sean rigurosos en sus informaciones sobre salud (realmente tenemos que exigir que exista ese rigor cuando hablen de cualquier tema, pero ya se sabe), porque pueden estar poniendo en riesgo a las personas que crean en su eficacia “porque salió en el Telediario”. Y luego, a ver quien paga las consecuencias.

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Grafopsicología, la pseudociencia de mejorar tu equilibro a través de la escritura

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Muchas veces he comentado que el mundo de la empresa es un caldo de cultivo ideal para todo tipo de charlatenerías. No resulta extraño que, en medio de una crisis económica como la actual, haya grandes corporaciones dispuestas a pagar miles de euros una conferencia de un coach para aumentar la moral de sus empleados, aunque el efecto de una de estas charlas motivadoras no supere en el mejor de los casos el de ver una buena obra de teatro.

Pero la pseudociencia no sólo se da cita en las empresas y en los centros de terapias ‘naturales’. Allí donde haya alguien dispuesto a poner dinero por conseguir algún objetivo de forma sencilla y rápida, habrá alguien dispuesto a venderle su método maravillloso. Esta semana he conocido una de estas tonterías de nuevo cuño. Se llama “grafopsicología”, y pretende ser una disciplina que permite interpretar el comportamiento y/o conducta (¿?) de las personas mediante el análisis de la escritura y las variaciones sobre el modelo caligráfico aprendido. Hasta aquí, poca novedad. Hace siglos que existe la llamada grafología, una disciplina pseudocientífica según la cuál podemos conocer la personalidad, el ‘equilibrio’ de la persona, su inteligencia y no sé cuántas cosas más solamente a través de un análisis de su escritura.

La grafología es una pseudociencia. No confundir con el análisis caligráfico.

La grafología es una pseudociencia. No confundir con el análisis caligráfico.

 

DIME CÓMO ESCRIBES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

La grafología es una pseudociencia que nunca ha conseguido probar sus hipótesis. No debemos confundir la grafología con el peritaje caligráfico, que permite determinar si un texto o una firma han sido escritos por una persona concreta, y que tan de moda se ha puesto con el caso Bárcenas. No hay ninguna prueba de que se pueda conocer nada de una persona por su forma de escribir, pero eso no ha impedido que se utilice de forma común en los Departamentos de Recursos Humanos, que no se caracterizan precisamente por ser las cunas del rigor científico a la hora de acometer su labor, o que la propia Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) cuente con un Máster en Grafoanálisis, en el que se atreven a hablar sin tapujos de “grafología científica”.

Si las hipótesis de la grafología son extrañas y sin fundamento, lo que pretende la llamada ‘grafopsicología’ no tiene parangón. Hasta ahora, la grafología sostenía que la caligrafía es un reflejo de la personalidad del invidivuo, por lo que sus técnicas se dirigen principalmente a la evaluación y el diagnóstico. Pero con la llegada de la grafopsicología, ahora la escritura es un procedimiento que nos permite intervenir sobre la persona para provocar cambios. ¿Cómo funciona esto?

Ten cuidado con lo que escribes, que puedo saber cómo eres

Ten cuidado con lo que escribes, que puedo saber cómo eres

CÁMBIATE A TI MISMO ESCRIBIENDO

Hace unas semanas conocía a través de algunos artículos a un señor llamado Andrés Sanfiel. Este palmero ha creado una aplicación que “mejora los aspectos mentales del deportista a través de la reeducación gráfica”. Como lo oyen. El inventor, que presume de haber “aplicado su metodología” en la Escuela Lorenzo Competición de Chicho Lorenzo (padre de Jorge Lorenzo, bicampeón del mundo de Moto GP), y que según cuenta el artículo, colabora actualmente en una investigación de la Interpol, explica que su propuesta ha llegado como finalista al V Foro Tenerife Invierte, donde ha conseguido el tercer premio.

Se supone que el procedimiento permite obtener información sobre “sobre el nivel del deportista en aspectos como capacidad de lucha, sacrificio, autocontrol  e incluso la capacidad de frustración”. A partir de ahí, se pauta la realización de unos “ejercicios grafológicos” que permiten ir modificando la forma de escribir de deportistas, lo que supuestamente provoca mejoras en la concentración. En uno de los artículos publicados estos días sobre el tema, se habla incluso de un estudio que encontró que “los niños que hacían cada día los ejercicios de grafología [consiguieron] tiempos más regulares, su concentración había mejorado, podían aislarse mejor del entorno y centrarse más en lo que estaban haciendo”.

Impresionante, ¿verdad? Mejorar la concentración realizando solamente unos ejercicios de escritura. La verdad es que esto suena a pura magia, pero como es posible que haya personas que estén dispuestas a comprar esta moto (además del padre de Jorge Lorenzo), vamos a echar un vistazo a ver qué pruebas hay de este procedimiento pueda ser eficaz.

Ponte a escribir para convertirte en una persona más "equilibrada"

Ponte a escribir para convertirte en una persona más “equilibrada”

¿PRUEBAS CIENTÍFICAS?

Lo bueno de estas pseudociencias de nuevo cuño es que no hay que moverse mucho para descubrir que el rey va desnudo. Si vamos a un buscador general de artículos como Google Scholar, no encontraremos ni un sólo estudio para “graphopsychology” (si hubiera algún estudio, lo más habitual es que, independientemente del idioma en que haya sido publicado, tenga un resumen o abstract en inglés. Por si les queda alguna duda, también lo he buscado infructuosamente en español). Lo mismo ocucurre en PubMed.

Tampoco encontramos nada en estos buscadores introduciendo el nombre del autor de los supuestos estudios, lo que implica que estos no han sido publicados (si estoy en un error, ruego que me lo hagan saber). De lo que no cabe ninguna duda es de que, aunque este estudio hubiera sido publicado, no es prueba suficiente de que se pueda conocer la personalidad de alguien a través de su firma o su escritura, y mucho menos de que a través de ejercicios de escritura se pueda mejorar otra cosa que no sea la caligrafía.

La pseudociencia es rentable

La pseudociencia es rentable

GRAFOPSICOLOGÍA: UN BUEN EJEMPLO DE PSEUDOCIENCIA

La grafopsicología puede ser utilizada para explicar claramente lo que es una pseudociencia. Habitualmente se denomina psedocientífica a aquellas disciplinas que pretenden pasar por ser científicas sin serlo realmente, y la ausencia de pruebas que avalen las afirmaciones de los grafopsicólogos es suficiente para etiquetarla como tal. Pero, por si fuera poco, cumple con algunas características habituales de las pseudociencias:

  • No interactúa con ninguna otra disciplina científica (por más que utilice la palabra psicología, no recibe ni aporta ningún conocimiento a esta).
  • Es fácil, hasta el punto que cualquier persona puede hacerse grafopsicólogo. De hecho, el creador de la aplicación presume de contar con un “equipo multidisciplinar de 12 personas en el que hay psicólogos, psicopedagogos, pedagogos, abogados, coach de empresas, licenciados en Económicas, personal docente, ex dirigentes de empresas multinacionales, etc. Todos tenemos en común que somos grafopsicólogos.” Como era de suponer, cualquiera puede hacerse “grafopsicólogo” independiente de tener una titulación universitaria o no. Hasta mi vecina la panadera puede ir por ahí diciendo que es grafopsicóloga porque ha hecho un curso o se ha leído un libro.
  • Sólo le interesa lo que pueda tener de uso práctico: la grafopsicología no pretende conocer en qué consiste realmente la personalidad o cómo se relacionan los procesos cognitivos con ciertas funciones motrices como la escritura. ¿Y por qué sólo le interesa lo que tenga de uso práctico? Pues porque nadie pagaría para que otros hicieran investigación básica, pero desarrollar un sistema fantástico que sirve para todo es un reclamo empresarial para el que se pueden conseguir inversores y por el que muchas personas podrían estar dispuestas a pagar. Por ahora, ya pueden ir pasando por caja para descargarse la aplicación informática.
  • Sirve para todo: La fabulosa técnica (escribir) sirve para todo y tiene aplicaciones en todos los campos, puede mejorar una gran cantidad de funciones, no conlleva esfuerzo y sus resultados son espectaculares. Si no estás dispuesto a pagar por algo así, es que debes ser tonto. O escéptico.

Para rematar la faena, el autor presume de que el mismísimo Eduard Punset se ha interesado por sus trabajos, algo que tampoco resulta demasiado extraño para cualquiera que conozca la deriva hacia la autoayuda que ha dado el veterano divulgador en los últimos tiempos.

Supongo que a estas alturas, nadie se escandaliza por descubrir una nueva pseudociencia, por encontrar a supuestos profesionales poniendo su titulación al servicio de supercherías como esta (saltándose, por cierto, el Código Deontológico, al menos en el caso de los/as titulados/as en psicología) o por descubrir que las empresas y los entrenadores deportivos están dispuestos a pagar por conseguir magia. Lo que resulta escandaloso es que una vez más los medios de comunicación vuelvan a hacer gala de su desprecio por la ciencia dando cobertura a un señor que ha decidido ir por el mundo vendiendo su magia simpática. Y no será la última.

Actualización del 21 de mayo de 2014

Hace un rato, una persona que se identifica como “involucrada” en esta edición del V Foro Tenerife Invierte, ha realizado este comentario en el muro de Facebook de un amigo que compartió mi artículo. Como puede leerse, el PCTT (Parque Científico y Tecnológico de Tenerife, organismo dependiente del Cabildo Insular de Tenerife responsable de este Foro) no se entra a valorar “el rigor científico de esta metodología”, sino lo que se valora es que sea “un proyecto empresarial que ha resultado novedoso”. ¿Cómo es posible que una Administración Pública dirigida a “impulsar, fortalecer y desarrollar el sistema de ciencia-tecnología-empresa de Tenerife” –como podemos leer en su página web– no tenga en cuenta el rigor científico de los proyectos a la hora de aceptarlos en el concurso? Por si quedara alguna duda, afirma que si se propusiera una herramienta para ser utilizada por el mercado de usuarios de productos homeopáticos”, tendría muy probablemente su apoyo.

Todas las administraciones públicas, independientemente del ámbito que gestionen, deben ocuparse de velar porque las acciones que desarrollan y los proyectos que gestionan y/o financian estén avalados científicamente. Si no es así, podemos encontramos a ayuntamientos, cabildos y ministerios financiando productos o servicios que supongan un engaño al consumidor, en la medida que aseguran servir para algo sin ningún tipo de prueba. Francamente, no me imagino al Parque Científico y Tecnológico de Tenerife otorgando un premio a una plataforma virtual para hacer magia blanca, echar las cartas del tarot o equilibrar el qi. Sin embargo, cuando se trata de cuestiones psicológicas, no parece que importe que la propuesta se apoye en teorías pseudocientíficas y que no haya demostrado su utilidad previamente.

Al final, prevalece lo de siempre: la posibilidad conseguir beneficios económicos a costa de la ignorancia de los consumidores. No es de recibo que ningún organismo público otorgue un premio a un proyecto como este, pero que además lo haga uno cuyos objetivos son el fomento de la innovación y la ciencia resulta totalmente inaceptable. Espero que, para la próxima convocatoria, el PCTT rectifique e incluya la exigencia de que el proyecto a financiar haya demostrado servir para lo que dice que sirve, que lo mínimo que se le puede pedir a una Administración Pública es responsabilidad.

 

Comentario de una persona del V Foro Tenerife Invierte

Comentario de una persona del V Foro Tenerife Invierte

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Si quieres que algo te resulte más difícil, piensa en positivo

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La idea de que pensar en positivo es necesario e incluso suficiente para alcanzar nuestras metas empieza a tener los días contados. A medida que se investiga más sobre la relación entre los pensamientos “positivos” y sus consecuencias, van apareciendo resultados que contradicen una idea que tiene más de mágica que de científica.

 

Los pensamientos “positivos” son aquellos relacionados con obtener lo que deseamos y/o superar una situación difícil, y que además provocan emociones agradables como alegría o relajación. “Voy a sacarme la lotería” y “esta enfermedad no podrá conmigo” son dos ejemplos de pensamientos positivos. Muchos de los libros de autoayuda, talleres motivacionales y supuestas terapias ofrecidas por todo tipo de charlatanes, coaches y psicólogos “positivos” se apoyan en la premisa de que generar expectativas positivas (“yo puedo lograrlo”), desear con fuerza que algo ocurra o intentar desarrollar una interpretación positiva de una situación es el camino para el éxito, la salud y la felicidad (felicidad que, por cierto, nunca se ha logrado definir).

 

Actitud Mental Positiva, la píldora mágica para lograr lo que te propongas.

Actitud Mental Positiva, la píldora mágica para lograr lo que te propongas.

 

Sin embargo, los estudios que analizan las consecuencias del pensamiento “positivo” y “negativo” comienzan a ofrecer resultados que contradicen la máxima de que el pensamiento positivo es algo intrínsecamente bueno y el pensamiento negativo, algo malo. Un buen ejemplo de ello son las investigaciones de la profesora de psicología de la Universidad de Nueva York, Gabriele Oettingen, de las que habla en un reciente artículo Oliver Burkeman, autor de “El antídoto: felicidad para la gente que no soporta el pensamiento positivo”, del que hablaré en un próximo artículo.

 

Los estudios de Oettinger indican que las fantasías positivas permiten a las personas disfrutar en el presente de un futuro deseado. Pensar en positivo produce emociones agradables en el momento, pero se relaciona con con un peor rendimiento. Lo que viene a decir es que los pensamientos positivos puede permitir a la persona disfrutar de la experiencia deseada como si ya se hubiera conseguido, lo que reduce la motivación para seguir luchando por ella en la realidad. Los resultados de los experimentos indican que los pensamientos “positivos” provocaron menos energía (medida a través de indicadores fisiológicos y conductuales) que los que cuestionaban el futuro deseado, las fantasías “negativas” e incluso las neutras.

 

Las investigaciones de Gabriele Oettingen cuestionan las bondades del "pensamiento positivo"

Las investigaciones de Gabriele Oettingen cuestionan las bondades del “pensamiento positivo”

 

Pensar en positivo es agradable, bien porque provoca emociones o sentimientos deseables (alegría, diversión, etc.) o porque sustituye a otros que resultan aversivos (ansiedad, tristeza, etc.). El problema es que, como indican los resultados de estas investigaciones, esto puede provocar que la persona consiga a corto plazo lo que se propone (aumento del bienestar o reducción del malestar), y esté menos motivada para, a continuación, actuar para alcanzar un objetivo o poner en marcha soluciones reales al problema.

 

Para un psicólogo que trabaje en consulta, esto no debería resultar demasiado sorprendente. Cada día nos encontramos con personas que dedican una gran parte de su tiempo a tratar de eliminar sus pensamientos “negativos” sin hacer nada por solucionar su problema real, o incluso provocando nuevos problemas. Pero las consecuencias van más allá del ámbito clínico, ya que también en los cursos para desempleados o los talleres que se ofrecen a las empresas se parte de la máxima de que “todo depende de tu actitud”. Sin lugar a dudas, el pensamiento positivo tiene su lado negativo, y el “pensamiento negativo” también provoca consecuencias positivas. Como siempre, depende del contexto.

 

Al final, como ya suponíamos, la magia no existe.

 

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Un análisis crítico sobre el ‘Mindfulness’, la meditación de moda

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He tardado mucho tiempo en elaborar este artículo ya que el ‘Mindfulness’ no es un tema fácil de abordar, como se puede comprobar en las discusiones que sus defensores y detractores mantienen sobre de este asunto. Los primeros esgrimen como principal argumento que existe evidencia empírica que justifique su uso, mientras que entre sus detractores encontramos dos grupos: los psicólogos que defienden que la evidencia no es tanta como se pretende y que no existe ninguna diferencia entre el ‘Mindfulness’ y otras técnicas que se vienen usando desde hace tiempo en la Terapia Cognitivo-Conductual, y escépticos que piensan que no se trata sino de otro procedimiento extraído de las religiones orientales que sólo sirve para sacar dinero a los incautos mientras se les vende esoterismo. ¿Quién tiene razón? Pues posiblemente todos, al menos en parte.

 

¿Está justificado tanto bombo con el 'Mindfulness'? Veamos la evidencia disponible

¿Está justificado tanto bombo con el ‘Mindfulness’? Veamos la evidencia disponible

 

EL ‘MINDFULNESS’ ESTÁ DE MODA

Por si todavía queda alguien que no haya oído hablar del famoso ‘Mindfulness’, vamos a dar la definición que hace el autor que llevó la técnica a la fama en occidente (Kabat-Zinn, 1994): “Prestar atención de manera particular, como propósito, en el momento presente y sin juicios morales”. Según algunos autores, el ‘Mindfulness’ no es sino la palabra que se ha utilizado para nombrar en inglés a la antigua meditación vipassana, que significa “ver las cosas tal y como son en realidad”. Este tipo de meditación busca el conocimiento de la verdad a través de la experiencia directa, que tiene que ver con la observación de la respiración y de los pensamientos, sentimientos y acciones para llegar a conocer la verdadera naturaleza de la realidad. Según esta tradición, se trata de comprender la verdadera naturaleza de la impermanencia (todo está en estado de flujo), de la insatisfacción (dado que todas las cosas son cambiantes, ninguna puede ofrecernos una satisfacción duradera) y de la insubstancialidad (la no existencia del ego o del alma; somos parte de un todo). Como podemos comprobar, la meditación vipassana se asienta en la filosofía budista.

 

El ‘Mindfulness’ tal y como se presenta actualmente se aleja (al menos, en apariencia) de esos planteamientos filosóficos para convertirse principalmente en una técnica útil en el tratamiento de problemas psicopatológicos, aunque también se utiliza con otros fines por las llamadas “Terapias Contextuales”, una evolución reciente de la Terapia de Conducta. Desde que Jon Kabat-Zinn creara en 1979 el sistema de Reducción del Estrés Basado en el Mindfulness –conocido popularmente por sus siglas en inglés, MBSR– se ha realizado una creciente cantidad de estudios sobre la utilidad real del ‘Midnfulness’, poniéndose de moda a partir de la primera década del siglo XXI. Hoy en día encontramos cursos en Colegios de Psicología, expertos universitarios como este de la Universidad de Almería y psicólogos que se ofrecen como expertos en la técnica.

 

Jon Kabat-Zinn, principal responsable del auge del "Mindfulness' en occidente

Jon Kabat-Zinn, principal responsable del auge del “Mindfulness’ en occidente

 

EVIDENCIA A FAVOR DEL ‘MINDFULNESS’

¿Podemos decir que el ‘mindfulness’ cuenta con evidencia científica a su favor? Sí, y eso es innegable. Por esa razón, no se la puede tachar de ser una pseudoterapia o meterla en el mismo saco que otras técnicas “orientales” (o supuestamente orientales), como el reiki o la reflexología podal, que no tienen base científica ni han demostrado suficientemente servir para algo. El principal cuerpo de evidencia señala que el Mindfulness’ permite reducir los niveles de depresión, ansiedad y estrés, mejora de la salud mental en pacientes de cáncer de mama (1,2) y personas con enfermedades crónicas, reduce las respuestas de depresión y ansiedad en pacientes con cáncer y personas que lo han superado y disminuye de los síntomas de depresión en personas que han sufrido tres o más episodios (1,2), además de prevenir las recaídas. No hay evidencia clara acerca de su utilidad para la reducción del dolor en pacientes con dolor crónico (1,2) Se pueden encontrar miles de estudios, pero los resultados de los metaanálisis son más contundentes, siempre que estén bien hechos.

 

Como hemos visto, existe sin duda un cuerpo creciente de estudios que hablan de los efectos beneficiosos del ‘Mindfulness’, aunque cuesta encontrar pruebas de que sirva para algo más que reducir la ansiedad y la depresión. La mayoría de personas que acuden a una consulta de psicología presentan este tipo de reacciones, y no siempre la reducción de ambas supone el tratamiento de las causas del problema: si tengo un problema en mi relación de pareja, es posible que aumenten mis reacciones de ansiedad y/o depresión, pero que estas se reduzcan no significa que mi problema de pareja esté arreglado. Lo mismo ocurre con la persona desempleada que sufre de ansiedad y hace ejercicio físico para sentirse mejor. Además, estas reacciones de pueden reducir temporalmente por muchos procedimientos, como bailar, o escuchar música antes de una intervención médica.

 

También hay que tener en cuenta que muchos de estos metaanálisis ofrecen resultados significativos pero modestos, y avisan en sus conclusiones de que los estudios utilizados sufren deficiencias metodológicas y usan muestras de poco tamaño.

 

Reducir las respuestas de ansiedad, depresión y estrés, los principales beneficios del 'Mindfulness', aunque con cautela

Reducir las respuestas de ansiedad, depresión y estrés, los principales beneficios del ‘Mindfulness’, aunque con cautela

 

Una de mis sorpresas ha sido no encontrar ningún estudio de metaanálisis que encuentre efectos significativos sobre la atención. ¿Por qué digo esto? Porque ‘Mindfulness’ se suele traducir al español como “Atención plena” (también como “Atención consciente” o “Conciencia plena”), y suele pensarse que tiene efectos demostrados sobre ella, posiblemente a partir de un estudio que encontró que ciertas áreas cerebrales relacionadas con la atención eran más gruesas en personas que practicaban esta técnica (lo que no necesariamente implica que hayan sido causadas por el ejercicio de meditar). Es una pena, pues sería un uso realmente interesante.

 

¿Qué podemos decir por ahora? Pues que utilizar el ‘Mindfulness’ para reducir las respuestas de ansiedad, depresión y estrés percibido es adecuado, con las limitaciones ya planteadas. También puede utilizarse la técnica para exponer a la persona a pensamientos e imágenes que le provocan ansiedad y tomar distancia de ellos, con el fin de llevarla a actuar a pesar de estas reacciones. Esta es la forma en que se suele utilizar por parte de personas que realizan ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso, por sus siglas en inglés, la Terapia Contextuales más desarrollada), que no buscan la reducción del malestar, sino su aceptación. Más allá de esto, las promesas de resultados del ‘Mindfulness’ hay que ponerlas por ahora en suspenso hasta que haya evidencia suficiente a favor.

 

LA INNEGABLE E INNECESARIA RELACIÓN DEL ‘MINDFULNESS’ CON EL BUDISMO

Como hemos visto, el planteamiento del ‘Mindfulness’ para entrar en el mundo de la salud es el siguiente: más allá de sus raíces budistas, ha demostrado ser eficaz cuando se utiliza para reducir las reacciones de depresión, ansiedad y estrés, y por ello debe incluirse en el bagaje de técnicas del profesional de la psicología (algunos dicen que como terapia en sí misma y otros que como técnica, pero no entraremos en esa discusión). Sin embargo, son sus raíces lo que suscita el interés por parte de muchos profesionales de la salud, empezando por Jon Kabat-Zinn, aficionado al Zen y al yoga que descubrió la técnica estudiando con maestros budistas, y siguiendo por muchos autores que confiesan que ya hacían meditación antes de que se pusiera de moda y aparecieran estos estudios, como Ronald D. Siegel, autor de “La solución Mindfulness” (Desclée De Brouwer, 2012)

 

De hecho, creo que es precisamente su orientalismo lo que provoca tanto el rechazo de los detractores de la Nueva Era como la defensa de los fans de algún tipo de budismo y, en general, de toda terapia que suene a “oriental”. Normalmente le digo a los primeros que nos se dejen llevar por sus prejuicios, recordándoles que ese no es un argumento para estar a favor o en contra de algo. Pero también pienso que sería interesante que sus defensores hicieran una reflexión: ¿es necesario seguir relacionando al ‘Mindfulness’ con el budismo y sus explicaciones o debería presentarse de una vez como una técnica de focalización de la atención, sin tener que mentar una y otra vez al budismo, su lenguaje, sus planteamientos y demás? Al fin y al cabo, si los meditadores budistas descubrieron que esta técnica es útil para encontrar la “paz interior” (o vivir con menos ansiedad, que es de lo que posiblemente se trate eso), no implica que tenga que ser eficaz por los motivos que ellos indican. Es como si cuando suelto un bolígrafo y cae, yo digo que ocurre porque un duende invisible tira de él hacia abajo, y que el hecho de que caiga es la prueba de la existencia del duende. A este razonamiento se le conoce con el raro nombre de falacia “post hoc ergo, propter hoc” (después de esto, luego a consecuencia de esto).

 

¿Mantener la unión del 'Mindfulness' con el budismo beneficia o perjudica su uso?

¿Mantener la unión del ‘Mindfulness’ con el budismo beneficia o perjudica su uso?

 

Quizá a muchas personas les atraiga la técnica precisamente por su relación con el budismo, pero a otros nos echa para atrás tener que asumir que para utilizarla casi que debemos convertirnos a esta religión y aceptar sus planteamientos filosóficos (y su estética, y la pasión por el Dalai Lama, y las noticias del monje más feliz de mundo, y toda esa cultura que consumimos en occidente y que gusta tanto a ciertas personas). Imagínense por un momento que el ‘Mindfulness’ no fuera un procedimiento relacionado con el budismo sino con el cristianismo. ¿Se imaginan a monjes benedictinos formando a psicólogos en los colegios oficiales? Si la meditación cristiana hubiera demostrado ser efectiva, yo esperaría de los investigadores que estudiaran por qué funciona y lo explicaran sin necesidad de relacionarlo con creencias religiosas, y que incluso mejoraran la técnica original separando lo que funciona de lo que es accesorio. Eso mismo es lo que me gustaría que ocurriera con el ‘Mindfulness’: que podamos saber a ciencia cierta para qué funciona y cómo ocurre, y poder utilizarlo sin necesidad de que se relacione las técnica con unos planteamientos religiosos determinados. A grandes rasgos, es lo que se está haciendo hoy en día por parte de muchos profesionales que utilizan el ‘Mindfulness’ en sus consultas y hospitales, aunque otros no ocultan su interés en ella precisamente por la relación que tiene con el budismo.

 

LAS CRÍTICAS AL ‘MINDFULNESS’

La psicología, quizá por ser una disciplina joven y tener pocas certezas, da lugar cada cierto tiempo a modas. La propia aparición de las diferentes escuelas en psicología (psicología experimental, psicoanálisis, conductismo, cognitivismo y demás) nos habla de que con frecuencia surgen propuestas teóricas, terapias y técnicas que se ponen de moda durante algunos años o décadas, pasando de la euforia inicial a unas aportaciones reales más modestas con el paso del tiempo. Todos recordarán lo que ocurrió a mitad de los noventa con la Inteligencia Emocional, que hoy en día sigue vigente pero con menos intensidad que en el pasado. Al fin y al cabo, no se puede obviar que existe un mercado para la psicología, y que es este mercado el que busca novedades continuas, como ocurre con los teléfonos móviles, la ropa y la mayoría de bienes y servicios que compramos.

 

Como dijimos antes, el ‘Mindfulness” está de moda. Aparece en muchos medios de comunicación en los últimos años (1,2,3,4,5,6,7 y no pongo más para no aburrir), y probablemente sea esta la razón de que mucha gente se esté interesando por él, aunque las pruebas de su eficacia sean muy limitadas si las comparamos con el creciente número de estudios (2226 entradas sólo en PubMed a 2 de noviembre de 2014).

Los talleres de 'Mindfulness' se multiplican como setas. En muchos se hace de todo y para todo.

Los talleres de ‘Mindfulness’ se multiplican como setas. En muchos se hace de todo y para todo.

 

a. Nada nuevo bajo el sol

A pesar de ello, al ‘Mindfulness’ no le han faltado críticas, y no sólo porque para formarte en la técnica o beneficiarte de ella en un taller haya que acabar aceptando en muchos casos ideas más religiosas que científicas. Se ha planteado, por ejemplo, que el ‘Mindfulness’ no aporta nada nuevo: Técnicas como la exposición en imaginación o interoceptiva, típicas de la Terapia de Conducta; la Terapia Metacognitiva de Wells y los procedimientos de autocontrol son muy similares. De alguna manera, el ‘Mindfulness’ sería casi lo mismo pero con un halo de novedad y orientalismo que permite venderlo como algo nuevo y atrayente.

b. No sirve para todo

Otra de las críticas que suele recibir el ‘Mindfulness” es que parece que sirviera para todo. Basta hacer una pequeña búsqueda para encontrar que, supuestamente, permite “beneficiar al vínculo que establece [la madre] con su bebé”, enseña a los/as niños/as a “afrontar la vida”, puede disminuir “el absentismo y el número de accidentes laborales, los conflictos en el trabajo, la fuga de talentos y profesionales más cualificados” e incluso permite “volver a la vida”, como si la capacidad de pensar en situaciones que no están ocurriendo en el aquí y el ahora fueran algo malo en sí mismo.

c. Posibles efectos no deseados

Por último, se ha planteado que el ‘Mindfulness’ y otros tipos de meditación pueden tener consecuencias indeseadas. Así se expone en un reciente artículo aparecido en The Guardian, Según este artículo, el psiquiatra Florian Ruths, partidario del uso de la técnica, ha descubierto que en algunos casos provoca despersonalización (la sensación por parte de la persona de verse a sí misma como en una película), y en el llamado Proyecto Noche Oscura de la Universidad de Brown se ha encontrado que algunos meditadores son asaltados por recuerdos traumáticos. A pesar de ser casos aislados, habría que hacer mayor hincapié en estudiar la técnica y sus consecuencias en profundidad en lugar de limitarse a buscar sus potenciales beneficios.

Al margen de estos casos poco frecuentes, algunos profesionales comentan que se puede estar dando la impresión de que se trata de una “píldora mágica que se puede aplicar sin esfuerzo” y que para algunas personas, puede resultar “intimidante” el ser consciente de sus propios pensamientos y emociones, por lo que debería ser practicada solamente con profesionales experimentados y que sepan cómo manejar posibles reacciones indeseables.

 

Típico juego de palabras: ¿mente llena o conciencia plena?

Típico juego de palabras: ¿mente llena o conciencia plena?

 

MINDFULNESS: NI TANTO NI TAN POCO

A pesar de la revisión que he realizado para este artículo, estoy seguro de que se me han quedado cosas por el camino. He intentado ser lo más riguroso posible, ya que si me planteo utilizar esta técnica en consulta, debo saber a qué atenerme. Como resultado de lo expuesto anteriormente, voy a concluir con algunas consideraciones que creo que deben tenerse en cuenta al abordar esta cuestión:

 

  • El ‘Mindfulness’ es una herramienta más que puede ser útil para la reducción de la ansiedad y el estrés, por lo que su inclusión en talleres o cursos que persigan este fin está justificada, sin olvidar que contamos con otras técnicas que cumplen la misma función perfectamente.
  • Sería útil saber si es más eficaz con determinado tipo de problemas o de pacientes, para seleccionarla en lugar de otras en cada caso, pero hoy por hoy no contamos con esta información.
  • Alejar al ‘Mindfulness’ de planteamientos relacionados con el orientalismo (algo que sé que le resultará aberrante a muchos de sus defensores) podría convertirlo en un procedimiento más “neutro” que llegara a una mayor cantidad de personas.
  • Ante la posibilidad de que pueda provocar consecuencias indeseables, y hasta que se descarten, su uso con fines terapéuticos debería estar supervisado por profesionales con formación en psicopatología, debido a la posible aparición de reacciones adversas, y con formación en la técnica, las teorías sobre su funcionamiento y sus efectos iatrogénicos (algo que no gustará a los entrenadores en ‘Mindfulness’ que no son profesionales sanitarios).
  • Sería útil transmitir información realista sobre las evidencias actuales en relación al ‘Mindfulness’ y denunciar a aquellas personas, sean o no profesionales de la salud, que promuevan beneficios del mismo aún no probados, así como su inclusión en programas educativos, empresas y talleres dirigidos a la población en general con fines distintos a los que han sido comprobados.

 

No hay pruebas científicas de que el 'Minfulness' permita alcanzar la iluminación mejor que pulsar un interruptor

No hay pruebas científicas de que el ‘Minfulness’ permita alcanzar la iluminación mejor que pulsar un interruptor

 

Lo siento por el tostón. Intentaré ser más escueto la próxima vez.

 

NOTA: Si te ha gustado, puedes ayudar a difundirlo aquí.

El peligro de la ‘psicologización’ de la violencia contra las mujeres

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Muchas de las mujeres que acuden a una consulta de psicología sufren o han sufrido alguna vez agresiones por parte de parejas, hermanos o padres. Es algo tan habitual que indagar sobre una posible situación de este tipo se convierte en necesario a la hora de realizar la evaluación inicial de los problemas de cualquier mujer que acude a la consulta.

 

La lucha que los movimientos feministas han desarrollado durante décadas contra esta lacra ha conseguido que hoy en día las instituciones públicas hayan asumido su parte de responsabilidad, y esto es sin duda alguna un éxito enorme. Sin embargo, está claro que todavía queda mucho trabajo por delante, y eso lo comprobamos continuamente los profesionales que trabajamos con el sufrimiento de la gente.

 

Los movimientos feministas han jugado un papel fundamental en la lucha contra la violencia contra las mujeres

Los movimientos feministas han jugado un papel fundamental en la lucha contra la violencia contra las mujeres

 

A pesar de las campañas de sensibilización y concienciación que se vienen realizando desde hace años, sigue siendo habitual encontrar en la consulta a mujeres que vienen a buscar ayuda para reducir su malestar sin asumir (o sin querer asumir, en algunos casos y por razones de peso) una relación directa con estas situaciones de violencia que se dan o se han dado en sus vidas. Tengamos en cuenta que, en muchas ocasiones, aceptar la existencia de maltrato supone tener que abandonar el hogar y concluir una relación que ha durado muchos años y en la que se ha invertido mucho tiempo, ilusiones y esfuerzos.

 

Esta aparente disociación entre el malestar y las situaciones de violencia que encontramos constantemente indica dos cosas. Por una parte, que todavía hace falta mucho trabajo de concienciación en la lucha contra la violencia machista. Una década después de la aprobación de la necesaria Ley 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género, parece claro que los esfuerzos invertidos no han sido suficientes. Con este panorama, es necesario seguir investigando las causas de la violencia para dar con medidas más efectivas para reducirla.

 

Por otra parte, resulta preocupante la “psicologización” de los problemas, esa tendencia a buscar las causas del sufrimiento en los propios pensamientos y emociones de la persona, como si buena parte del mismo no tuviera que ver también con otras causas sociales, culturales y económicas. La multifactorialidad es la norma cuando hablamos del malestar humano, pero cada vez resulta más frecuente que se acuda a una consulta de psicología con el fin de solucionar problemas cuya causa no es psicológica, o no completamente.

La intervención psicológica es muy útil para las víctimas, pero no reduce la incidencia de la violencia machista

La intervención psicológica es muy útil para las víctimas, pero no reduce la incidencia de la violencia machista

 

En este sentido, las situaciones de violencia y desigualdad son las más claras: personas que sufren acoso laboral, mujeres víctimas de la violencia machista, parados de larga duración que buscan reducir la ansiedad y la preocupación de no poder llegar a fin de mes. La psicologización tiene consecuencias desastrosas cuando lleva a la persona a no identificar las causas reales de su sufrimiento y a pensar que la causa de sus problemas está “dentro” de sí misma, convirtiéndola en la única responsable tanto de este sufrimiento como de su solución.

 

Los responsables de esta tendencia a la psicologización son muchos y variados, e incluyen tanto a los propios psicólogos cuando reducen la explicación de cualquier fenómeno a factores individuales, como a ese gran mercado de libros de autoayuda, coaches, promotores de la Nueva Era y el bienestar individual que se empeñan en buscar las causas y soluciones de todo lo que nos ocurre en la vida en nuestra “actitud” y en el desarrollo de nuestras “potencialidades”. Una cosa es atender a la consecuencias psicológicas de situaciones objetivas injustas y estresantes y otra muy distinta es olvidar las causas sociales de los problemas individuales.

 

La violencia machista, al igual que otros fenómenos sociales, no se reduce con psicólogos, terapias ‘buenrollistas’ y talleres de conciencia plena y desarrollo personal. No se trata de un déficit de “inteligencia emocional” ni se puede asumir, a la vista de los resultados, que se pueda reducir solamente con campañas de concienciación y apelando al cambio individual. Si existe una salida real, esta tendrá que pasar necesariamente por conocer bien las múltiples causas del fenómeno y abordarlas desde las instituciones públicas, y para ello es necesaria más investigación y un mayor compromiso político. De otra manera, seguiremos apagando el fuego cuando aparece en lugar de prevenirlo, y esa no es ninguna solución.

 

NOTA: He utilizado conscientemente los términos ‘violencia machista’, ‘violencia contra las mujeres’ y ‘violencia de género’ como intercambiables, ya que el fin de este artículo no es decidir cuál es la mejor forma de nombrarla  sino atender al problema de la psicologización en este y otros fenómenos sociales.

Andreas Lubitz y los límites de la psiquiatría

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Un hombre decide suicidarse matando al mismo tiempo a otras personas. Puede ser el copiloto de un avión que hace colisionar deliberadamente el aparato contra unas montañas en Los Alpes o una persona que hace estallar una bomba en medio de una manifestación en Afganistan. El resultado es el mismo: el suicida acaba con su vida y con la de otras personas. Ambos acontecimientos son igualmente espeluznantes pero, ¿son comparables?

Los ataques suicidas ocurren con frecuencia lo suficientemente lejos como para no preocuparnos demasiado por ellos. Asumimos que se trata de fanáticos a los que les han “lavado el cerebro” hasta convencerles de que su “lucha” vale más que su propia vida, y a otra cosa, mariposa. En pocos casos se sigue tirando el hilo, y cuando se hace, las especulaciones suelen llevarnos en la mayoría de los casos a indagar sobre las circunstancias que provocaron eso que llamamos “fanatismo”.

Andreas Lubitz

Andreas Lubitz

Algo parecido ocurrió después del atentado contra Charlie Hebdó. Se habló de que los hermanos Kouachi sentían un “deseo de venganza por el sufrimiento de los países musulmanes […] y un sentimiento de desarraigo y ‘marginación’ en Francia”. También se apuntó hacia la pobreza como el caldo de cultivo del yihadismo en ese país. No recuerdo haber escuchado a ningún psiquiatra en ningún medio explicando las causas del atentado, como tampoco les vemos cuando se trata de un suicida bomba. Periodistas y editores dan por sentado –con buen criterio– que la mejor forma de explicar ese comportamiento es conociendo bien la historia de vida de la persona y el contexto en el que se desarrollaron los hechos, porque es ahí donde está la clave del asunto.

Sin embargo, cuando se trata de un varón blanco al que no se le suponen intenciones terroristas, nos quedamos estupefactos y damos por hecho que la causa de ese comportamiento tiene que venir de un funcionamiento anómalo del cerebro de esa persona. Hay algo raro en su mente, ese agujero insondable del que nadie sabe nada excepto los psiquiatras, y son ellos los que van a darnos una explicación.

LAS “EXPLICACIONES” PSIQUIÁTRICAS AL CASO DE ANDREAS LUBITZ

Las tragedias como la del avión de Germanwings, donde la causa se encuentra en un acto deliberado de una persona, nos llevan a preguntarnos cómo es posible que alguien sea capaz de hacer algo así. Aparecen entonces supuestas explicaciones que van desde las humillaciones a las que muchas personas y grupos se ven sometidas como consecuencia de las políticas neoliberales hasta los socorridos problemas de autoestima, sospechosos habituales en estos casos. Pero ninguna de estas explicaciones es suficiente dado que muchas personas sufren las consecuencias nefastas de estas políticas y muchas otras tienen problemas de autoestima, y es evidente que la práctica totalidad de ellas no se suicidan llevándose por delante decenas de vidas inocentes.

Para ello, los psiquiatras tienen sus propias explicaciones: los trastornos mentales. Según el modelo biomédico imperante en la psiquiatría, los trastornos mentales son enfermedades cerebrales causadas por un desequilibrio de neurotransmisores, anormalidades genéticas y defectos en la estructura y funciones del cerebro. Estos trastornos se pueden diagnosticar con unos métodos de los que dispone la psiquiatría y se pueden tratar con unos fármacos que actúan contra esos desequilibrios. Así es como conciben la mayoría de psiquiatras los trastornos mentales, y así es como se los han explicado  a otros médicos, a los psicólogos, a los pacientes, a los periodistas y al público en general.

Bienvenido al mundo de las etiquetas

Bienvenido al mundo de las etiquetas

Lo primero que hicieron los medios cuando se supo que el accidente había sido provocado fue buscar los antecedentes psiquiátricos de Lubitz y llamar a los psiquiatras para esclarecer el asunto. Había que saber qué alteración cerebral le había llevado a cometer semejante barbarie. El primer diagnóstico fue “depresión severa”, que ya había sufrido anteriormente en 2009. Se supone que eso explicaría el suicidio, pero no que lo hiciera matando al resto del pasaje. Entonces se empezó a especular que también sufría “ansiedad”, “ataques de pánico”, y “rasgos psicóticos”.

Algunos psiquiatras se dieron cuenta de que estas “explicaciones” no hacían más que ahondar en la estigmatización de las personas que sufren problemas psicológicos, y optaron por hablar de “trastorno narcisista”, del “síndrome de estar quemado” o de que, simple y llanamente, Andreas Lubitz era una mala persona (o mejor “personalidad de tipo maligno” o “psicópata”). Otros medios optaron por hablar de “una patología mental muy oculta” y no levantar la liebre con ninguna etiqueta. ¿Por qué es tan difícil encontrar el diagnóstico exacto que explique a la conducta de Andreas Lubitz?

LOS LÍMITES DE LA PSIQUIATRÍA

Lo que hemos presenciado estos días en los medios es la constatación de una serie de hechos, como que hoy en día no es posible predecir el comportamiento de una persona en el futuro de manera suficientemente fiable. Confiamos en los test de personalidad, los cuestionarios y las entrevistas, pero la realidad es que ninguna de estas técnicas proporciona la información suficiente para poder predecir cómo será el desempeño de una persona en el futuro. Por este motivo, cualquier informe psicológico indica siempre que las conclusiones sólo son válidas para el momento en el que se hace el estudio, asumiendo que varios meses después ya no sirven de mucho.

Si la capacidad productiva de los test es limitada, de los diagnósticos mejor ni hablamos

Si la capacidad productiva de los test es limitada, de los diagnósticos mejor ni hablamos

Y si las técnicas de las que he hablado (todas ellas psicológicas, no psiquiátricas) son insuficientes para predecir el comportamiento, no hablemos ya de de los diagnósticos psicopatológicos que se realizan en psiquiatría. Si te preguntas por qué, quizá deberías saber algo sobre estos diagnósticos:

  • No conocemos las causas biológicas de ni uno sólo de los trastornos mentales que aparecen en los manuales de diagnóstico. Ni siquiera un marcador biológico inequívoco que permita un diagnóstico. Por eso los psiquiatras no realizan a sus pacientes resonancias, análisis ni ninguna prueba que permitiera identificar esos marcadores (un problema en la estructura cerebral, un desequilibrio químico, etc.). La etiqueta la pone el psiquiatra cuando valora que la persona cumple una serie de síntomas.
  • Los psicofármacos no son específicos ni corrigen ningún desequilibrio químico: ni se ha probado que existan esos supuestos desequilibrios químicos ni que los fármacos los “corrijan” de alguna forma, lógicamente. El efecto de los fármacos dista mucho de ser específico y de tratar la causa de ninguno de los trastornos. Tampoco son más seguros y más eficaces que los que se usaban hace medio siglo.
  • A pesar los supuestos avances en la psiquiatría, cada vez hay más personas con problemas de salud mental y estos se han vuelto más crónicos y más graves: Cada día escuchamos hablar de los avances de la neurociencia, de la psiquiatría, de nuevos fármacos, y sin embargo eso no ha impedido (ni va a impedir) que cada vez haya más personas con problemas de salud mental. Tampoco que el número de diagnósticos posibles se haya disparado ¿Y si realmente estos avances no han sido tales?
  • Los problemas con la estigmatización de las personas con diagnósticos de trastornos psicopatológicos no se han solucionado tratándolos como “enfermedades cerebrales”: ya hemos visto lo que ha pasado con el caso de Andreas Lubitz y lo poco que tardaron el salir los psiquiatras a negar el diagnóstico de depresión por los efectos que tendría para los pacientes con ese diagnóstico.
  • La industria farmacéutica ha disminuido drásticamente sus esfuerzos por desarrollar nuevos fármacos debido a la falta de dianas moleculares específicas y al fracaso de muchos compuestos para conseguir efectos por encima del placebo.

Los diagnósticos de trastornos psicopatológicos (todas esas etiquetas que escuchamos continuamente en boca de psiquiatras, psicólogos y otros profesionales) están en tela de juicio desde hace tiempo. Los límites de la psiquiatría son los del modelo biomédico en el que se asienta, que decide qué es enfermedad y qué convierte situaciones normales en patológicas (el fenómeno del disease mongering) con la participación de la industria, los profesionales sanitarios y las instituciones. El actual modelo en salud mental no nos aporta ninguna explicación sobre el sufrimiento humano ni sobre el comportamiento de las personas. Por este camino, no vamos a acercarnos nunca a explicar cómo llegó Andreas Lubitz a cometer un acto tan atroz ni seremos capaces de prevenir que vuelva a pasar.

Yo tampoco tengo la respuesta, pero quizá sería más interesante seguir indagando sobre su vida y su comportamiento buscando posibles causas en lugar de ponerle nombres suntuosos a supuestos fenómenos mentales-cerebrales que sólo sirven para ocultar nuestra vergüenza:  la que sentimos al admitir que sabemos mucho menos de lo que se cree sobre el comportamiento humano.

Los libros nos enseñan aunque no sean de autoayuda

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Ha pasado ya más de un año desde que se publicó “Los libros de autoayuda, ¡vaya timo!” A lo largo de este tiempo me han escrito muchas personas para contarme su satisfacción con él y para expresarme dudas y algunas críticas a las que me parece interesante responder. Publicar todas las respuestas en un mismo artículo es demasiado, así que iré publicando cada tema por separado. Me gustaría empezar por un asunto sobre el que he hablado con algunas personas que han leído el libro y que quiero aclarar, y es si los libros nos “enseñan”.

Los libros nos permiten volar con la imaginación

Los libros nos permiten volar con la imaginación

Una de las preguntas que más veces me han hecho es si pienso que ningún libro de autoayuda sirve realmente para ayudar a cambiar el comportamiento, como si eso no fuera posible porque los libros no tienen ese poder, esa capacidad de producir un cambio. Parece que no he sabido explicar este asunto con suficiente claridad. Por supuesto que los libros pueden hacer que cambiemos nuestra forma de actuar, pensar o sentir en relación a una circunstancia concreta o ante un tipo de circunstancias, pero esto hay que analizarlo cuidadosamente.

Está claro que leer permite aprender ideas y conceptos, cambiar nuestra forma de comportarnos ante determinadas situaciones y reforzar ciertas creencias por encima de otras. Los avances que se han realizado en el estudio de la conducta verbal, el seguimiento de reglas, las relaciones de equivalencia y la transformación de funciones, nos están permitiendo entender cómo se aprende y se va modificando una forma de estar en el mundo que es absolutamente individual. Eso no quiere decir que no compartamos con otras personas una forma de responder ante una situación o un estímulo, al contrario: la inmensa mayoría de esas conductas serán compartidas con otras personas, porque es interactuando con otras personas como  las aprendemos.

Ningún género literario promete cambiarte la vida, excepto la autoayuda

Ningún género literario promete cambiarte la vida, excepto la autoayuda

El problema es que los libros de autoayuda proponen una misma solución para todo el mundo, una forma de responder que es supuestamente útil o eficaz al margen de nuestra propia historia. ¿Es posible que a algunas personas les pueda servir la solución que proponen? Sí, para su problema concreto en unas circunstancias concretas, que pueden compartir con otras personas. Pero para eso, un libro de autoayuda debería escribirse bajo el conocimiento de cómo se comportan las personas que comparten una misma historia y un mismo contexto en alguna medida, y demostrar que su lectura o la puesta en práctica de las técnicas que nos propone han demostrado ser efectivas para lo que prometen. Si no es así –que es lo que ocurre siempre con estos libros– lo que se hace es “tirar barro a la pared a ver si pega”, como hace cualquier terapia alternativa sin aval científico. No son un timo porque no puedan cambiar a las personas, lo son porque no demuestran que sirven para lo que dicen que sirven.

Pero es que, además, los libros de autoayuda no sólo actúan sobre lo ya aprendido, sino que también construyen nuevos aprendizajes que condicionan el comportamiento, como ocurre con cualquier producto cultural. Incluso es posible que menos ya que cada vez leemos menos libros y dedicamos más tiempo a ver películas, escuchar canciones y leer en internet, lo que no es ni malo ni bueno en sí mismo. Es posible que esos aprendizajes ayuden a algunas personas a resolver problemas, y es posible que a otras no.

Los libros también pueden enseñarnos a responder de una forma ante un estímulo nuevo con el que no habíamos tenido contacto en el pasado, o a hacer que un estímulo que hasta ahora nos resultaba agradable se vuelva desagradable. El contacto directo con la realidad es más efectivo que un libro, no cabe duda, aunque los libros también “enseñan”.

¿Los libros pueden "cambiar a la gente"? Sí, en determinadas condiciones.

¿Los libros pueden “cambiar a la gente”? Sí, en determinadas condiciones.

Pero también ocurre con frecuencia que un libro no cambia nada relevante en la persona, bien porque choca frontalmente con sus creencias (aunque aún así podría persuadir, como expliqué en este artículo), bien porque sus “enseñanzas” no puedan ser llevadas a cabo en la realidad porque la historia de aprendizaje de la persona y las circunstancias no lo permiten. En ese caso, el libro pasa sin pena ni gloria, provocando en algunos casos un cierto alivio temporal que lo convierte en reforzante y aumenta la probabilidad de que la persona empiece a leer uno tras otro buscando más esa sensación que una solución real, algo que (por cierto) también ocurre en las consultas de psicología. Quizá la diferencia entre los libros de autoayuda y las terapias psicológicas estriba en que un psicólogo (o al menos el que se dedica a la psicología científica aplicada) realiza un análisis de las variables que causan la conducta de esa persona en concreto e interviene sobre sobre ellas con conocimiento de lo que hace.

De cualquiera de estas maneras, los libros provocan aprendizajes y lo hacen mediante el lenguaje, que permite una rápida transformación de funciones, aunque no siempre es efectiva ni siquiera “neutra”. Eso es un hecho innegable que debí explicar claramente en el libro. Eso sí: los libros de autoayuda ni son mejores que otros libros u otros productos culturales. Coelho no tiene nada que hacer si lo comparamos con “The Big Bang Theory” o “House of Cards”.

Espero haber clarificado este asunto. En el siguiente artículo hablaré de las alternativas a los libros de autoayuda.

La “viagra femenina” no es la solución a la falta de deseo sexual

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Saben que la FDA ha aprobado –después de haberla rechazado en dos ocasiones –  la comercialización de Addyi, un fármaco cuyo principio activo es la flibanserina. Según sus fabricantes, el laboratorio Boehringer Ingelheim, este principio actúa sobre algunos neurotransmisores (activando los receptores de serotonina e inhibiendo los de dopamina) aumentando el deseo sexual, aunque las pruebas hablan de una eficacia sólo un poco superior al placebo y con efectos secundarios como mareos, somnolencia, fatiga, insomnio y sequedad en la boca que afectan a más del 10% de las mujeres.

Hoy hemos estado hablando en Twitter sobre las consecuencias de la comercialización de una pastilla como esta. En primer lugar, se trata de un tratamiento farmacológico para un trastorno sexual recogido en el DSM (manual de referencia en el diagnóstico de los “trastorno mentales”) como “Trastorno del deseo sexual hipoactivo”. Se asume de entrada que existe una enfermedad o trastorno en la persona, y que el fármaco actúa para disminuir los efectos de dicha enfermedad. Por razones más económicas que científicas, ese modelo farmacológico impera en salud mental aunque no se corresponde con lo que sabemos sobre la adquisición y mantenimiento de conductas, adolece de pruebas y provoca graves consecuencias.

 

Ya no hay excusa para que no le apetezca, pensarán algunos.

Ya no hay excusa para que no le apetezca, pensarán algunos.

 

LA FALTA DE DESEO SEXUAL COMO ENFERMEDAD

La primera de ellas, y de la que nacen todas las demás, es que este trastorno (o cualquier otro) se concibe como el conjunto de síntomas de una alteración interna de la persona, generalmente del sistema nervioso. Se asume que esa alteración existe, aunque no se haya encontrado un claro marcador biológico para ninguno de los trastornos mentales recogidos en los manuales DSM y CIE. Se supone que existen, pero después de décadas de estudios, solamente contamos con un puñado de correlaciones (como que cuando la persona está triste, se observa una actividad reducida en el cortex prefrontal ventromedial, entre otras ). Ninguna alteración clara que permita distinguir a un organismo normal de uno “enfermo” o “alterado”.

Una de las razones principales de esto es que el sistema nervioso (nos referimos a él en la medida que se asume cada vez más que la conducta es producto del cerebro, algo creado por este como causa última) va cambiando con la experiencia. Los procesos de plasticidad neuronal, provocan que el sistema nervioso se modifique a medida que interactuamos con el entorno, lo que convierte a la medida neurofisiológica en variable dependiente de la interacción entre la persona y el contexto. Esto implica que tanto la aparición de la alteración neurológica como la de una conducta específica son generalmente producto de otras causas, que provoca tanto la conducta normal como la anormal.

Por tanto, ni siquiera aunque se encontrara una alteración neurofisiológica clara se podría decir que el “síntoma” de la persona es consecuencia de esa alteración cerebral. Simplemente estamos considerando que ciertas conductas son disfuncionales por otros motivos que nada tienen que ver con el cerebro. Entonces, si el fármaco no actúa sobre la “causa cerebral” del problema, ¿qué es lo que hace?

 

La enfermedad mental se concibe como un trastorno del cerebro y/o la mente.

La enfermedad mental se concibe como un trastorno del cerebro y/o la mente.

 

SUSTANCIAS QUE PROVOCAN EFECTOS PSICOACTIVOS

No hace falta explicar que los fármacos no son sustancias que uno introduce en su cuerpo que se dirigen exclusivamente a la diana sobre la que queremos que actúen, sino que se propagan por todo el organismo provocando diversos efectos. Cuando esos efectos producen cambios considerados beneficiosos (bajan la fiebre, eliminan una bacteria, reducen del dolor) que son superiores a los no deseados, a los producidos por un placebo y con pruebas de su seguridad, entonces puede salir al mercado.

Si el efecto principal de ese fármaco es el de producir efectos estimulantes, deprimentes, narcóticos o alucinógenos, entonces podemos denominarlo “droga”, aunque esta palabra esté tan cargada de tintes peyorativos que genera en muchas personas un rechazo instantáneo. Los psicofármacos son siempre drogas en ese sentido, sustancias que producen multitud de efectos en el sistema nervioso (y otros sistemas), algunos de los cuales interesan especialmente. Llegados a este punto, podemos decir que Addyi es un fármaco (o droga) que produce una gran cantidad de efectos, entre ellos el de aumentar en algunas mujeres el deseo sexual (bastante poco, por cierto: un aumento de 0’5 a 1 encuentros sexuales satisfactorios más frente al aumento de 0’3 a 0’4 que se relaciona con el placebo).

El problema es que el bajo deseo sexual no es una enfermedad en sentido médico. No es un “síntoma” de una alteración biológica, sino una respuesta que en muchos casos (salvo una enfermedad real o el consumo de un fármaco que reduzca el deseo sexual, como ocurre frecuentemente con los antidepresivos) aparece ante la falta de reforzadores en la vida de la persona, ya sean sexuales o de otro tipo. Los problemas de pareja, las malas experiencias en las relaciones sexuales, la falta de una estimulación adecuada y suficiente, pero también la pérdida del empleo, la muerte de un familiar cercano o un exceso de estrés derivado de una acumulación de tareas laborales y domésticas son causas habituales del bajo deseo sexual. El deseo sexual hipoactivo es consecuencia mayoritariamente de variables que encontramos en la interacción de la persona con el contexto, no de una enfermedad biológica subyacente que nunca ha sido encontrada.

 

¿No te apetece? Entonces estás enferma y necesitas tratamiento.

¿No te apetece? Entonces estás enferma y necesitas tratamiento.

 

EFECTOS COLATERALES DEL FÁRMACO NO CONTEMPLADOS

En este caso, un fármaco (por muy eficaz que fuera y muy pocos efectos secundarios provocara) no sería el tratamiento de elección salvo para unos pocos (aunque también importantes) casos en los que la causa del bajo deseo sexual ha sido identificada en el organismo de la mujer, como una enfermedad grave de cualquier tipo (oncológica, genital u hormonal, por ejemplo). En el resto de casos, la pastilla sería un tratamiento sintomático del problema que no incidiría en las causas, lo que podría retrasar que se abordaran eficazmente. La falta de deseo sexual puede ser indicador de un problema de pareja que hay que resolver, y su eliminación podría prolongarlo innecesariamente.

Creo hay bastantes razones con lo expuesto hasta ahora para dudar de que la “viagra femenina” sea algo tan revolucionario como nos lo están queriendo vender sus fabricantes. Más bien, parece una nueva campaña de marketing de la industria para recuperar la enorme inversión que supone sacar al mercado un nuevo producto. Pero no sólo podría estar dificultando y demorando el tratamiento efectivo de las causas del deseo sexual hipoactivo.

La mayoría de la gente comparte los modelos anatomopatológico y farmacológico de los trastornos mentales que se encuentra en la base de los trastornos mentales tal y como se conciben en los manuales DSM y CIE, y es a partir de estos esquemas como se entiende la salud y la “enfermedad” mental. La gente piensa (tal y como se transmite machaconamente) que se ha encontrado el tratamiento de una enfermedad como si se tratara de la cura del ébola o del cáncer de páncreas, algo que sufre la persona en su interior sin saber muy bien cómo y que es remediado por el fármaco.

Esto convierte a las mujeres con “trastorno del deseo sexual hipoactivo” en enfermas, es algo que les pasa a ellas y que hay que “curar” con el fármaco. Sería incluso una irresponsabilidad y una desconsideración hacia la pareja que no lo tomara si fuera realmente eficaz y seguro. Me estoy imaginando ya a un buen número de mujeres acudiendo a su médico de cabecera para que le receten el fármaco que “cura” su “enfermedad”. Creo que no es necesario explicar las terribles consecuencias de estas creencias en la vida de las mujeres. Mi experiencia (algo que sólo sirve como ejemplo) me dice que muchas mujeres se estarán riendo al escuchar hablar de un fármaco como este. Pero también que otras muchas verán en este fármaco una “solución” a uno de sus problemas sin tener que enfrentarse a la dolorosa tarea de actuar para cambiar sus causas.

NOTA: Para conocer en detalle en cómo funciona la flibanserina, su historia, los estudios al respecto y todo lo demás, no dejen de consultar este fabuloso artículo de Javier Padilla.


No sabes nada de conductismo

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behaviourism

 

Comentario de una paciente a su psicólogo al finalizar la terapia:

“La razón por la que ahora mantengo esa relación íntima (se refiere a una relación de pareja) es que tú estuviste ahí conmigo. Es un cambio tan extraordinario… Si no hubiera sido por ti no la tendría. Aquí contigo ha sido la primera vez que me he encontrado en un lugar seguro para hablar de mis sentimientos y para encontrar razones por las que es deseable tener una mejor sexualidad. Hubo un periodo en el que me sentía más atraída por ti y tu aceptaste mis sentimientos. Aprendí que es mejor ser completa y sentir mi sexualidad que permanecer acorazada y vacía. Y eso lo practiqué aprendiendo a ser sincera contigo.”

Extraído del libro “Psicoterapia Analítica Funcional. Creación de relaciones terapéuticas intensas y curativas” de de Robert J. Kohlenberg y Mavis Tsai (1991).

 

Y todavía hay quien piensa que el conductismo es sólo palomas y cajas de Skinner. Eso sí: los principios son los mismos.

No es la depresión la que te hace todo eso

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Cuando hablamos sobre la depresión, ¿a qué nos estamos refiriendo exactamente? Hace unos días debatíamos en Twitter sobre la llamada “viagra femenina” y recibí esta respuesta a una de mis publicaciones.

Recuerdo que en la universidad nos repetían: “recuerden que la depresión no existe como tal, no es algo que podamos ir a buscar en el cerebro de la persona ni en su conducta: la depresión es un constructo útil”. Más allá de la utilidad del constructo “depresión” (de la que dudo), estaba claro que la depresión no es más que un conjunto de conductas que aparecen en a persona ante unas contingencias concretas. No es algo que pueda producir bajo deseo sexual o cualquier otro problema, porque la depresión como tal no existe, es una invención. El bajo deseo sexual es una conducta que, cuando aparece junto a otras, puede formar parte de lo que llamamos “depresión”.

El problema es que la carga de esa frase va más allá de “qué causa qué”. Asumir que el deseo sexual es provocado por una depresión parte de la idea de que la depresión es algo que ocurre en el interior de la persona, una enfermedad, algo alterado que provoca bajo deseo sexual o que, en el mejor de los casos, lo incluye como síntoma. Pero la depresión no es una enfermedad. Sería muy largo explicar aquí cómo la melancolía de la Edad Media se fue convirtiendo progresivamente en la depresión que hoy aparece en los manuales diagnósticos, cambiando la posesión demoníaca y la acumulación de bilis negra por supuestas alteraciones neurofisfiológicas. El conjunto de conductas llamadas depresión deben ser explicadas, y la explicación más parsimoniosa y científica la encontraremos en la interacción de la persona con el entorno y los más que probados procesos de condicionamiento clásico y operante en toda su extensión (para conocer mejor estos procesos, les recomiendo este libro)

La depresión es un conjunto de respuestas que aparecen ante situaciones duras

La depresión es un conjunto de respuestas que aparecen ante determinadas situaciones

La depresión es una respuesta ante determinados contextos, que incluyen no sólo las contingencias del entorno sino las del contexto socio-verbal en el que la persona vive y se desarrolla. La depresión es un conjunto de respuestas que aparecen en la persona y que pueden estar mantenidas a su vez por lo que hace cuando aparece ese cuadro que llamamos “depresión”. Más que una “depresión en la persona”, deberíamos hablar de una “situación depresógena” en la que la persona se encuentra. Esto no quiere decir, por supuesto, que no puedan darse condiciones biológicas que den como resultado la aparición de ese conjunto de respuestas al que llamamos depresión. Pero en ese caso no se trataría la depresión en sí, sino la enfermedad biológica que está causando la depresión. Tampoco podríamos descartar que existieran variantes genéticas que facilitaran la aparición de las respuestas características de la depresión, pero esto es por ahora una hipótesis.

La depresión no causa el deseo sexual hipoactivo. En todo caso, y si este apareciera de forma concurrente a otras respuestas características de la depresión, deberíamos buscar la causa de ambas. Y una vez descartada la enfermedad médica (y que esa depresión pudiera ser directamente atribuida a la causa médica sin mediar variables psicológicas), la opción más científica es dirigirnos a la interacción entre la persona y el contexto. Lo demás son inventos interesados.

No estamos locos

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El pasado fin de semana se celebró el #Naukas15, el mayor evento de divulgación del año, donde se reunió a más de 70 divulgadores/as de disciplinas muy diferentes. Esta es la primera edición en la que participo y quise aprovecharla para hablar de un tema que me preocupa desde hace años por sus implicaciones para la salud y la lucha contra el sufrimiento de las personas: la consideración de los problemas psicológicos como trastornos mentales o enfermedades.

Las charlas tienen una duración máxima de 10 minutos bajo amenaza de ser expulsado del escenario por el gran (en todos los sentidos) Fernando de la Cuadra como ocurrió en ocasiones, así que hay que ir rápido y al grano. Este es el resultado.

 

Aunque el título de la charla es “No estamos locos”, al final es posible que sí estemos todos un poco locos y locas, y que por eso tengamos que defendernos de los que quieren etiquetar nuestra sana locura como enfermedad.

Tener una buena razón para levantarte cada mañana

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Acabo de enterarme de que un amigo ha sufrido un derrame cerebral y se encuentra en la UCI con poca probabilidad de sobrevivir. Es una persona encantadora y generosa como pocas, alguien que ha sufrido mucho a lo largo de su vida y que en los últimos años se ha introducido en el mundo del running entrenando duramente y participando con frecuencia en carreras de todo tipo, desde los llamados cross a las pruebas de montaña, las trail.

Hace tiempo que algunas personas que le conocemos venimos preocupados por la forma tan intensa en la que se ha puesto a correr, sobre todo porque ya viene circundando los cincuenta. Demasiado estrés para un cuerpo que perdió muchos kilos en pocos meses y que no ha dejado de perder peso hasta ahora. Daba por sentado que existe relación entre el ejercicio físico intenso y el riesgo vascular, pero no me había parado a comprobar si había estudios al respecto.

Parece ser que algunos estudios han encontrado que los beneficios del ejercicio físico intenso dibuja una “J”, es decir, que un ejercicio moderado mejora la salud vascular, pero a medida que se intensifica lo vuelve a aumentar hasta niveles preocupantes en personas con enfermedad cardíaca existente. Hasta donde yo puedo saber, mi amigo no tiene ninguna enfermedad cardiaca, aunque sospecho que debe padecer de hipertensión.

También se ha encontrado que las personas que han realizado un ejercicio físico intenso durante más de 5 horas a la semana durante varios años eran un 19% más propensos a desarrollar una fibrilación auricular a los 60 años que los que practicaban ejercicio menos de una hora a la semana. Hay más estudios que encuentran relaciones de este tipo, como este en relación a los aneurismas y este a la función endotelial.

Mientras escribo esto no estoy pensando en defender el sedentarismo ni centrarme en alertar de los peligros de pasarse con el ejercicio físico. Existen peligros mucho mayores en conductas como fumar y montar en moto, y no por eso hay que demonizar ninguna de ellas, aunque sólo sea para no generar rechazo en quienes las realizan. En lo que pienso es en mi amigo, en su vida, en cómo en una etapa estuvimos enfrascados en luchas por la justicia, comprometidos y en conflicto hasta con nuestras respectivas familias. Pienso en cómo vive sus aficiones de una forma intensa, quizá demasiado, y cómo nos responde en ocasiones cuando le comentamos que quizá está siendo un poco excesivo: “Cuando estoy corriendo, tengo la mente ocupada. Me ayuda a no pensar en los problemas”.

 

running

 

Mi amigo corre para no pensar en los problemas y probablemente esto le ha permitido sobrellevar su vida, en la que ha sufrido enormemente durante años. Su forma de encontrar un sentido ha sido la de entregarse a las causas con generosidad, siempre abierto a los demás y siempre dispuesto para ayudar en lo que haga falta. Una persona capaz de reconocer los actos honorables de otras personas y dispuesta para estar a la altura como una especie de obligación moral: si alguien ha hecho algo digno de mérito, se le admira y se le responde con el mismo grado de compromiso. Así ha sido siempre.

Ahora está en la UCI y comentan los más cercanos que los médicos hablan de “muerte cerebral”. Esperarán unos días para ver qué pasa y si sigue igual plantearán desconectarlo. Yo estoy en casa escribiendo esto de madrugada y no puedo dejar de pensar si ha valido la pena el dedicarse de la forma en que lo ha hecho a correr a niveles que pueden suponer un riesgo. Aunque pueda parecerlo, la respuesta no es fácil.

Todas las personas necesitamos al menos una buena razón para levantarnos cada la mañana. Puede ser un trabajo, los/as hijos/as, llegar a la tarde para ver una película o tomar algo con los amigos, leer, ir a clases de algo como fin en sí mismo o como medio de aprender algo útil para la vida que queremos llevar. La vida es principalmente eso, un constante discurrir del tiempo en el que vamos haciendo cosas que nos distraen de la muerte, tanto la física como la que supone de alguna manera el no tener nada por lo que seguir viviendo. Puede ser enormemente gratificante, pero no por ello deja de ser así.

Algunas nos aportan beneficios más o menos inmediatos y otras nos ofrecen premios en diferido. Pero también es habitual que hagamos cosas que ofrecen al mismo tiempo beneficios inmediatos y costes diferidos en el tiempo o que estimamos poco probables. Ocurre cada día cuando cruzamos un paso de peatones en rojo, elegimos el bollo con mayor cantidad de azúcar una y otra vez y dedicamos demasiado tiempo a escribir artículos en lugar de ir sacando trabajo pendiente de la consulta. Quizá no se trate tanto de hacer siempre lo que nos mejora la salud, lo más productivo y lo más conveniente desde un punto de vista racional sino de que lo que hagamos sea aquello que tenga un significado para nosotros. Si mi amigo no se hubiera dedicado a correr, es posible que el riesgo de quitarse la vida habría estado presente, y quién sabe lo que habría ocurrido.

Pero no me resigno a pensar que está bien así y que no había alternativa. Me temo que mi amigo podía elegir correr pero hasta donde yo sé, nunca eligió (por no saber de sus beneficios, por prejuicios, por miedo, por motivos económicos) acceder a alguien con quien aprender a dirigir su vida hacia conductas significativas que le permitieran vivir satisfactoriamente sin ponerla en peligro. Esto es desde mi punto de vista lo que hacemos en una terapia psicológica. No puedo evitar pensar que si hubiera acudido a un profesional de la psicología, es posible que ahora no estuviera al borde de la muerte en la cama de un hospital. Pero a uno de los de verdad, no de esos que andan por ahí con título o sin él que no saben aplicar sino procedimientos carentes de las mínimas nociones científicas sobre el comportamiento humano.

Me apena mucho pensar en todo esto. Quizá yo esté equivocado y el ejercicio físico no ha tenido nada que ver con el derrame cerebral, pero esta es la parte menos importante. Lo que realmente me da vueltas es cómo esta maravillosa persona ha vivido gran parte de su tiempo haciendo cosas en las que creía y que también, de una forma o de otra, hacían que su vida fuera un poco menos desgraciada. Todos hacemos lo mismo en algún grado, y por eso no podemos cometer la hipocresía de juzgar la forma de vivir de nadie, ni siquiera cuando consideramos que está profundamente equivocado. La única excepción que se me ocurre es que alguien dañe a otras personas de forma prevenible. No creo que tampoco sirva para nada hacer un juicio moral en ese caso, pero sobre todo, no es el caso que nos ocupa.

Seguimos esperando el milagro. Ocurra lo que ocurra, gracias por tu generosidad.

 

PD: Son las 11:25 de la mañana y acabo de enterarme de que Miguel ha fallecido. Qué mierda.

Por qué no nos gustan ciertos sabores

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Nunca me ha gustado el sabor del hígado, ni de vaca ni ningún otro. A lo largo de mi vida he conocido a mucha personas a las que no les gusta esta carne. Curiosamente, una de ellas es mi padre, que a pesar de todo me obligaba a comer el puré en el que mi madre había picado el hígado para disimularlo, pero que yo rechazaba igualmente desde que percibía su olor. Menudas batallas tuvimos con esto.

Cuando algo no nos gusta es que su sabor, su olor o su textura nos resulta desagradable por alguna razón, y por eso lo rechazamos. Una primera hipótesis es que un alimento nos resultará más agradable (y preferible) cuando sufrimos una deficiencia nutricional que ese alimento cubre. Esta hipótesis se ha confirmado en mucha ocasiones (como en este estudio de Krieckhaus y Wolf de 1968).  Por ejemplo, se ha encontrado que los/as niños/as que crecen más rápidamente muestran mayor atracción por las bebidas endulzadas (Coldwell, Oswald y Reed, 2009). Pero también podemos encontrar las causas de esa preferencia en la historia del aprendizaje de la persona, lo implica que algunos sabores pueden gustarnos o no dependiendo de lo que haya ocurrido al consumirlo.

 

 

Podemos preferir sabores en relación a las contingencias que han ocurrido al tomar alimentos, incluso cuando estas aparecen horas después de haberlos tomado. Por ejemplo, cuando vomitamos y sentimos malestar después de haber consumido un alimento (incluso horas después), es habitual que acabemos rechazándolo. Esto ocurre tanto cuando la culpa del malestar ha sido el propio alimento (que estuviera en mal estado o que no lo toleremos bien) como cuando sufrimos una enfermedad que nos provoca esas consecuencias y que nada tiene que ver con el alimento que hemos consumido (Garcia, Ervin y Koelling, 1966; Revusky y García,1970).

También ocurre los sabores que no nos provocan ni atracción ni aversión en un principio acaben resultándonos repugnantes cuando aparecen emparejados a otros que no nos gustan o que nos desagradadan. Por ejemplo, en un estudio desarrollado por Yeomans, Durlach y Tinley en 2005 se encontró que los bebedores de café (a los cuáles se supone que les gusta el café) informaron de un mayor agrado por los sabores emparejados con el gusto a café.

Igualmente, cuando dos sabores suelen aparecer juntos pero uno de ellos comienza a resultar aversivo, lo más probable es que el otro también nos acabe desagradando. Podría hipotetizar en qué medida el que mis padres picaran el hígado en el puré tuvo relación con mi rechazo general por el puré cuando era niño. A mi padre nunca le ha gustado el puré, pero por razones muy distintas. Dice que le recuerda a los hospitales, que le provocan mucho rechazo. Habría que ver qué relación tiene esto último con tener como pareja a una auxiliar de enfermería y a un hijo enfermero, pero no nos vayamos del tema.

Las posibilidades no se agotan aquí, ya que podemos suponer que si asociamos un determinado sabor a otras consecuencias agradables (por ejemplo, una animada velada entre amigos), acabaremos desarrollando una preferencia por ese tipo de sabores. Dicho de otra manera: nos gustarán más. Sospecho que puede llegar a ocurrir que un sabor que antes nos parecía repulsivo ahora nos guste si se dan esas condiciones. He buscado estudios de este tipo, pero aún no los he encontrado.

 

 

¿Para que nos puede servir esto? En principio, para entender las variadas razones que explican por qué nos gusta o no un alimento, pero también por las consecuencias de esto. Si el agrado o desagrado por un determinado sabor es probable que se deba al aprendizaje, eso significa que también es posible cambiarlo. ¿Cómo podríamos hacerlo?

Cualquier propuesta para abordar este asunto con un/a niño/a concreto requiere realizar un análisis funcional de su conducta. Sin ese análisis, una medida podría fallar y no sabríamos por qué. De cualquier manera, y en líneas generales, yo utilizaría algunas de las siguientes:

  1. Preparar el alimento de forma que su sabor sea lo más parecido posible a uno que tu hijo/a elija normalmente. Conozco a personas que empezaron a comer pescado o ensalada cuando se la presentaron de forma que su sabor quedaba enmascarado por otro más agradable.
  1. Relacionar la preparación y el consumo de ese alimento con consecuencias agradables. Por ejemplo, haciendo que tu hijo/a participe en su preparación en forma de juego (el tipo y nivel del juego dependerá de la edad de niño/a). Es importante que el juego resulte motivador para el menor.
  1. Relacionar el consumo del alimento con el consumo de otro que resulte agradable o con un contexto que agrade al niño/a. Por ejemplo, estableciendo un menú semanal en el que el alimento que no le gusta va seguido de un postre que sí le gusta pero que sólo podrá conseguir si se come una parte del alimento. Progresivamente vamos aumentando la cantidad necesaria del primero para poder acceder al segundo.
  1. Una posibilidad difícilmente aplicable a niños/as (pero sí a uno mismo) es comer repetidamente el alimento para que el rechazo se vaya progresivamente extinguiendo (Leung et al., 2007). Cuanto más veces comemos el alimento que no nos gusta, menos desagradable nos resulta. Resulta difícil que el niño o niña elija comer un alimento que no le gusta para que deje de desagradarle con el tiempo, pero nosotros sí podemos hacerlo.

Algunas de estas prácticas las he probado conmigo mismo con éxito (con el tiempo me ha empezado a gustar el sabor al jengibre que se toma entre pieza y pieza de sushi que antes me desagradaba mucho, y hoy en día tolero el olor a hígado cuando se está asando). Si las utilizan con sus hijos/as o con ustedes mismos/as, cuéntenme qué tal les ha ido.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Coldwell, S.E., Oswald, T.K. & Reed, D. R. (2009). A marker of growth differs between adolescents with high vs. low sugar preference. Physiology & Behavior, 96, 4-5, 574–580.

García, J., & Koelling, R. A. (1966). Relation of cue to consequence in avoidance learning. Psychonomic Science, 4, 123–124.

Krieckhaus, E. E., & Wolf, G. (1968). Acquisition of sodium by rats: Interaction of innate and latent learning. Journal of Comparative and Physiological Psychology, 65, 197–201.

Leung, H. T., Bailey, G. K., Laurent, V., Westbrook, R. F. (2007). Rapid reacquisition of fear to a completely extinguished context is replaced by transient impairment with additional extinction training. Journal of Experimental Psychology: Animal Behavior Processes, 33, 299–313.

Revusky, S. H., & Garcia, J. (1970). Learned associations over long delays. In G. H. Bower & J. T. Spence (Eds.), The psychology of learning and motivation (Vol. 4). New York: Academic Press.

Yeomans, M. R., Durlach, P. J., & Tinley, E. M. (2005). Flavour liking and preference conditioned by caffeine in humans. Quartely Journal of Experimental Psychology, 58B, 47–58.

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